La Tercera Guerra es la más grande de todas, pudiéndola considerar una guerra mundial, de la que solo se salvó el continente de Pandaria por estar oculto. Es también la que tiene más participantes, aunque al final todo se resuma en dos bloques opuestos. Mencionábamos el otro día que no era posible determinar el inicio de esta contienda; en esta ocasión se empezará narrando los hechos de la campaña de los humanos en el Warcraft III, por el simple motivo de ofrecer un buen análisis de la guerra.
La Plaga hace su movimiento
Siguiendo las órdenes de su rey, el Culto de los Malditos esperó pacientemente; sus miembros simularon ser unos ciudadanos del reino normales y siguieron preparándolo todo para el día en que fueran solicitados. Esperaron durante algunos años, tiempo en el que sus números también crecieron, al ir el Rey Exánime poco a poco reclutando más y más humanos a través de promesas de poder e inmortalidad. Así, cuando llegó el momento, el grano infectado atacó a varias aldeas simultáneamente e impidió una respuesta contundente de los hombres de Lordaeron; el reino no sabía siquiera qué estaba pasando.
Las aldeas del norte de Lordaeron capital fueron las primeras en ser atacadas. El grupo enviado a investigar no llegó a tiempo para salvar a los ciudadanos. Rémol, seguramente el asentamiento humano más importante en la parte occidental, a excepción de la propia capital, había caído presa de los muertos vivientes. En sus alrededores había sido visto Kel’thuzad, ahora convertido completamente en un nigromante de gran experiencia. En su avance hacia el este, la Plaga destruyó Andorhal; los vivos, por su parte, lograban una pequeña victoria al conseguir matar a Kel’thuzad no muy lejos de allí.
Su muerte no cambió nada, tal y como él mismo había advertido: los no-muertos no se detuvieron. El siguiente paso fue Vega del Amparo, no muy lejos de Andorhal. Allí, los defensores se enfrentaron a todo un ejército de muertos vivientes que les rodeaba por completo. La llegada de Uther el Iluminado y un regimiento de caballería como refuerzo inclinaron la balanza a favor de los vivos y por primera vez la Plaga era detenida. Con Vega del Amparo a salvo, siguieron en su camino a Stratholme, la que debía ser la siguiente en ser destruida.
Ciertamente, la enfermedad tenía un origen mágico, tal y como Antonidas y los Altos Elfos se habían temido. Mediante nigromancia, convertían a todo aquél que fuera infectado en un no-muerto. El Culto de los Malditos había contaminado las reservas de grano de Andorhal, por lo que todas las aldeas que recibieran el grano iban a ser víctimas tarde o temprano. Stratholme fue una de ellas. El Príncipe Arthas ordenó matar a todos los ciudadanos, antes de que se transformaran y atacaran poblaciones vecinas. Mal’Ganis fue vencido, pero no muerto, y se retiró a Rasganorte.
La guerra se trasladó al helado continente, aunque en el sur todavía había muertos vivientes asolando las tierras del reino. El Príncipe Arthas había reclutado casi la mitad del ejército de Lordaeron y había llevado el combate a las tierras del enemigo. Con la ayuda de un grupo de exploradores enanos, liderados por Muradin Barbabronce, fue fácil establecer una base en la costa de Rasganorte desde la que seguir avanzando hacia el interior. Pero eso era justo lo que el enemigo quería y rodeó por completo el campamento base de los atacantes, superándoles también en número. Aunque los humanos, justo con los enanos y algunos elfos lograron sobrevivir a ese ataque y ganar la batalla, todo fue en vano. Arthas, su príncipe, les mató personalmente a todos después; nadie regresó a casa, a excepción del propio Arthas.
La segunda invasión
Controlado por el Rey Exánime, Arthas asesina a su padre, el rey, y abandona la capital momentos antes de que un ejército de no-muertos se plante ante las puertas de la misma. Sin la guía de su monarca y desmoralizados por la traición de su príncipe, los humanos pierden la capital. La Mano de Plata se convierte en la única resistencia que queda en todo Lordaeron, pero tampoco ella puede detener a un número casi infinito de enemigos. De camino a Andorhal, Arthas se encuentra y asesina a tres Paladines, entre los que se encontraba su líder, Uther el Iluminado. Con su muerte, la organización y toda la defensa recae en Alexandros Mograine, considerado el mejor de los paladines después de Uther y portador de un arma de gran poder, especialmente ante los muertos.
Es en este momento que la mayoría de las aldeas humanas son atacadas por los soldados del Rey Exánime. Los molinos de Agamand, controlados por la familia más rica del reino cayeron tras una breve resistencia; Castel Darrow, el castillo en el que se encuentra Scholomance; Villa Darrow, el Cruce de Corin, Vallenorte y el Valle del Terror fueron otras de las villas que sucumbieron ante el avance de la Plaga. Parece que sólo el Monasterio, Vega del Amparo, la Capilla y la Mano de Tyr se mantuvieron firmes y resistieron. En cualquier caso, nunca se enfrentaron al ejército principal de los muertos, pues Arthas se lo había llevado a Quel’thalas, el siguiente frente de batalla.
En los bosques sagrados de los Altos Elfos la imparable Plaga seguía ganando terreno. Ni las barreras mágicas ni los bosques impidieron que Arthas avanzara en línea recta, sin desviarse o retroceder en ningún momento. A las afueras de Lunargenta moría la General de los Altos Elfos, Sylvannas Brisaveloz, y era resucitada. La capital de los elfos nunca tuvo ninguna posibilidad de ganar; incluso Anasterian, su rey, cayó, víctima de la Agonía de Escarcha. La Fuente del Sol, el bien más preciado de la sociedad élfica, fue corrompida totalmente para resucitar a Kel’thuzad como un Exánime. Dado que este era el objetivo primario de la Plaga, una vez conseguido se marcharon rumbo Alterac, dejando Quel’thalas sin conquistar del todo.
En las frías montañas de Alterac hacía ya tiempo que no moraban los humanos: el antiguo reino había sido abandonado por completo. Kel’thuzad esperaba encontrar a los orcos del clan Roca Negra que todavía se ocultaban, pero más especialmente esperaba hallar una puerta demoníaca. Los orcos no pudieron ofrecer mucha resistencia ante un ejército de esas dimensiones y la Plaga reclamó la puerta. El nuevo destino del ejército iba a ser Dalaran, pues la ciudad mágica guardaba en su interior el Libro de Medivh, y Kel’thuzad lo necesitaba para invocar a la Legión. Los magos lucharon a su manera, con magia: por toda la ciudad se estableció un conjuro que dañaría a cualquier ser muerto viviente que lo penetrara. Ciertamente esto retrasó a la Plaga, pero no le impidió entrar. En lo más alto de la Ciudadela Violeta moría Antonidas, y con él caía el conjuro. Los muertos se replegaron para defender a Kel’thuzad, desprotegido mientras creaba un portal interdimensional, de los magos supervivientes.
Finalmente, Archimonde y la Legión de Fuego fueron invocados a Azeroth por segunda vez en la historia después de casi 10.000 años; los planes de Kil’jaeden habían funcionado y Ner’zhul les había abierto una puerta para venir, sin contar que había debilitado por el camino a dos razas que pudieran ofrecido una seria resistencia a su llegada. A Archimonde le bastó con un conjuro para destruir toda la ciudad de Dalaran y no dejar ningún edificio en pie. Después de eso, la Plaga pasó a estar controlada directamente por los demonios y éstos se dedicaron a terminar lo que los muertos habían empezado: la extinción de las razas mortales del planeta. Jaina Valiente, no obstante, había huido de la ciudad antes de que Arthas atravesara los muros, y se había llevado con ella a muchos refugiados. Siguió los consejos del extraño Profeta y puso rumbo al oeste. La Legión, sim embargo, no tendría suficiente con los Reinos del Este. Su verdadero objetivo estaba en Kalimdor.
La alianza
La Horda Orca, liderada por el Jefe de Guerra Thrall, había llegado a Kalimdor con los barcos humanos que había robado tiempo atrás. Durante una tormenta, la flota se había separado, y el grupo de Thrall había quedado atrapado en una isla en mitad del océano. Del mismo modo, un grupo de los refugiados humanos había ido a parar a esa misma isla y los combates empezaron al instante. Los orcos lograron el apoyo de los trolls de la isla, la tribu de los Lanza Negra, liderada por Sen’jin. A mitad de la batalla final, un ejército de múrlocs hace su aparición y captura a humanos, orcos y trolls por igual. En la huida, Sen’jin es asesinado. Los Lanza Negra restantes deciden unirse a la Horda, aunque no todos marchan con Thrall inmediatamente. Vol’jin, el nuevo líder troll, decide permanecer en la isla por más tiempo, antes de seguir a los demás en el continente.
Finalmente, los orcos alcanzan Kalimdor y empiezan a explorar la costa en busca del resto de los navíos que hayan podido alcanzar el continente. El hallazgo de los Tauren y de su Jefe, Cairne Pezuña de Sangre, parece ser obra del destino. El viejo tauren está dispuesto a mostrar al Jefe de Guerra el camino hacia el Oráculo, lugar que se supone debe ser el motivo por el que los orcos están ahí. Por el camino encuentran al clan Grito de Guerra, pero también a un grupo de supervivientes humanos. Dado que Grito Infernal y todo su clan demuestran ser demasiado agresivos, el Jefe de Guerra los manda lejos, al bosque del norte, para que establezcan un campamento base. Mientras, él y el resto irán a encontrarse con el Profeta.
Desgraciadamente, los humanos querían lograr lo mismo e incluso habían llegado antes. Una vez dentro, el Oráculo resulta ser el mismo Profeta; éste, advierte a humanos y orcos de la necesidad de unirse contra un mal mayor, o de lo contrario serán destruidos por separado. Por primera vez en la historia, la Horda trabajará aliada con la Humanidad.
El primer reto de esta nueva alianza es someter al rebelde clan Grito de Guerra. Mannoroth había venido antes que el resto del ejército para reclutar de nuevo a los orcos. Grommash, presionado por un superior Cenarius, había cometido el terrible error de beber la Sangre de Mannoroth una vez más, aunque en esta ocasión lo desconocía. De esta forma, él y todo su clan volvían a servir a la Legión y eran ahora enemigos del resto de la Horda. Incluso había demonios luchando con ellos. Thrall y Jaina lo tuvieron difícil para abrirse camino entre la fortificada base enemiga y procurar no dañar a Grommash. Pero juntos, lo consiguieron y purgaron la corrupción del clan. Limpio, Grommash indicó el lugar en el que se ocultaba Mannoroth y con la ayuda de Thrall le dio muerte, aunque tuvo que sacrificar su vida. Después de eso, los humanos y los orcos siguieron trabajando juntos y se adentraron en los bosques de Vallefresno.
Hyjal y el Árbol del Mundo
Lo que ambas razas desconocían era que esas tierras pertenecían a los Elfos de la Noche, una raza muy antigua, que no dejaba entrar amistosamente a los extranjeros en sus bosques sagrados. Cenarius ya se había enfrentado al clan Grito de Guerra y había fracasado, pero eso no iba a hacer retroceder a los elfos. Tyrande Susurravientos lanzó una ofensiva contra el campamento de los forasteros momentos antes de que apareciera la Legión Ardiente con sus nuevas mascotas los Muertos Vivientes. De esta manera, los elfos descubrían que sus milenarios enemigos demoníacos habían regresado.
Tyrande sabía que iba a necesitar toda la fuerza de ataque que su raza pudiera proporcionar, así que decidió despertar a todos los druidas, que se encontraban en el Sueño Esmeralda. El primero en despertar fue Malfurion Tempestira, el más importante de ellos. A él le siguieron los druidas de la garra y los de la zarpa. Tyrande, no obstante, eligió otro camino y liberó a Illidan Tempestira de su prisión, creyendo que sus habilidades iban a ser necesarias también. Aunque no era lo esperado, Illidan hizo más que cualquier otro Elfo de la Noche, al detener la corrupción de los bosques de Frondavil y dar muerte al lugarteniente de Archimonde, Tichondrius, líder de los Señores del Terror. Con sus acciones, inclinaba la balanza a favor de las razas mortales.
Sin embargo, esto no iba a ser suficiente. El Profeta volvió a actuar y preparó una reunión secreta entre Tyrande, Malfurion, Jaina y Thrall. Para lograr que sus palabras fueran escuchadas, desveló su verdadera identidad: Medivh, el último Guardián. Allí, los líderes de tres razas poderosas pactaron una alianza para ofrecer una resistencia final y desesperada. Hyjal, el objetivo final de Archimonde, sería el terreno perfecto debido a su camino estrecho y ascendente, lugar de fácil defensa. La estrategia era proporcionar el tiempo suficiente a Malfurion para preparar una trampa mortal; así, los humanos establecieron su base en lo más bajo de la montaña y fueron los primeros que pelearon contra los demonios y los muertos. Más arriba, los orcos estaban esperando su momento para entrar en acción; y finalmente, en lo más alto, estaban los Elfos de la Noche.
Mientras ganaban tiempo debían hacer creer a Archimonde que su victoria era absoluta. El señor de la Legión, confiado, se apresuró al Árbol del Mundo para absorber su poder y destruirlo, algo que causaría un daño al planeta enorme e irreparable. Entonces aparecieron los espíritus que Malfurion había llamado y que se habían reunido en ese tiempo extra, rodeando a Archimonde y haciéndole explotar. Tal estallido dañó gravemente al Árbol del Mundo y, tal y como había calculado el archidruida, su raza perdió la inmortalidad.
La batalla que se libra en el monte Hyjal marca el final de la guerra. Con el sacrificio de la inmortalidad por parte de los Elfos de la Noche y una gran cantidad de muertes para los orcos y los humanos, se conseguía ganar la guerra. La Legión era derrotada en Azeroth por segunda vez y se dispersaba tras la muerte de su maestro. No fue difícil encargarse de la mayoría de los que se escondieron, aunque limpiar la corrupción vil sí. La Plaga, sin embargo, estaba lejos de ser aniquilada, pues su verdadero maestro residía en Rasganorte, fuera de todo peligro. La Tercera Guerra había acabado, pero de seguro que los muertos todavía tenían un papel que jugar en el mundo.