Con los no-muertos rechazados en Vega del Amparo y protegido el pueblo, no había más razón para seguir allí. No había tiempo para discutir con Uther si su precipitada defensa era o no acertada y qué debería haber hecho en su lugar; Mal’Ganis no iba a esperar. Así pues, el príncipe Arthas partió solo hacia Stratholme.
La humanidad de Arthas
De camino a la ciudad más grande de la parte oriental del reino de Lordaeron, el príncipe Arthas encontró un extraño personaje. El mismo Profeta que había intentado advertir a su padre primero y Antonidas después, se encontraba ahora tratando de prevenirle a él. Huir a Kalimdor; abandonar Lordaeron. Para Arthas eso no era más que tonterías; había jurado jurar a su gente y eso es lo que iba a hacer, aunque le profetizara el fracaso.
Poco después de su llegada a Stratholme lo hacía Uther, acompañado por sus hombres y por Jaina Valiente. Arthas se alegró que su mentor y amigo se encontrara allí, hasta que vió que iba a sermonearle de nuevo. Antes que eso sucediera, Arthas desvió el tema, queriendo hablar de la verdadera amenaza de la enfermedad: convertía a los vivos en muertos vivientes. Entonces, se dio cuenta: los ciudadados de Stratholme ya había comido el grano contaminado; ya estaban infectados. Había vuelto a llegar demasiado tarde.
Nada se podía hacer para salvarles, Arthas lo sabía. Pero lo peor es que atacarían e infectarían a las poblaciones cercanas. No, debían ser detenidos ahí; ningún habitante de Stratholme podía salir de la ciudad bajo ninguna circunstancia. Y dado que pronto serían muertos vivientes, sería mejor si morían antes que eso; sí, en ese caso les estaba haciendo un favor. Todos debían morir; había que purgar la ciudad.
Jaina y Uther no podían creer lo que Arthas acababa de decir. ¿Matar a los ciudadanos? Debía haber otro modo. Esto iba en contra de las enseñanzas de la Luz que tanto predicaba Uther. Jaina, por su parte, tampoco podía imaginarse esa situación; intentó detenerle, le prometió que en Dalaran encontrarían un modo de combatir la enfermedad: era magia después de todo, solo debían encontrar un conjuro que lo rechazara. Pero no, no había tiempo. En cualquier momento esos inocentes habitantes de Stratholme se convertirian en zombies y matarían a cualquier no infectado que se encontraran. Y puesto que no los podía diferenciar, Arthas no se arriesgaría a intentarlo.
Uther se opuso totalmente a seguir con ese plan y Arthas simplemente lo apartó, junto con todo aquél que no pensara ayudarle a salvar Lordaeron. Entonces, ocurrió algo que no se esperaba: Jaina se alejó de él; no quería presenciar la matanza y se marchaba. Lo abandonaba. Uther también se había puesto en su contra, estaba solo en esto. Pero daba igual, él se encargaría de proteger Lordaeron.
Arthas cruzó una línea sin retorno, tal y como le advirtió su mentor. No disfrutó quitando las vidas de sus ciudadanos, que no entendían qué estaba pasando, pero tampoco tenía otra opción: estaba haciendo lo mejor para el reino. Y, sin embargo, Mal’Ganis escapó. Aunque huyó de Lordaeron, Arthas no iba a dejarlo estar. Su deseo de protección había muerto y ese día la venganza ocupó su mente por completo: vengarse por lo que había hecho y por lo que le había obligado a hacer a él. Haciendo uso de su posición como príncipe, reunió una de las flotas del reino y partió con un gran ejército hacia las heladas tierras de Rasganorte.
Ese día marcó un antes y un después para el heredero de Lordaeron. Hay quien dice que fue el principio del fin de su humanidad. En cierto modo, después de aquello, la Luz empezó a debilitarse por momentos en su interior. La mejor prueba visible era su arma: el martillo brillaba con menos intensidad que antes; una singularidad que no iba a detenerle.
La Agonía de Escarcha, ladrona de almas
Rasganorte era un continente hostil, poco conocido por los humanos y lleno de amenazas. Además, la Plaga sabía que iban. Fue una gran sorpresa encontrar a Muradin barbabronce y a un grupo de enanos no lejos de la costa. El primer mentor de Arthas se encontraba allí para encontrar una legendaria espada de gran poder, pero los muertos vivientes se lo estaban poniendo difícil; se había separado del grupo principal y habría muerto si Arthas no llega a aparecer.
Junto con la expedición de los enanos, fue fácil derrotar el ejército de no-muertos que defendían el lugar. Para demostrar que iba enserio, Arthas mandó trasladar el centro de operaciones, la base principal, al antiguo emplazamiento de la Plaga, más tierra adentro. Dejó a los hombres trabajando y partió momentáneamente con Muradin, sin temer que nada pudiera ocurrir en su ausencia.
A su regreso, encontró la base diferente: la gente no estaba haciendo lo que se esperaba que hiciera en esa situación. Ciertamente, los hombres habían recibido nuevas ordenes, de alguien con un rango superior al príncipe. Y es que su padre, el Rey, había ordenado que el ejército regresara a Lordaeron sin demora. Si el ejercito le abandonaba, Arthas sabía que sería incapaz de reclamar su venganza. No podían irse, pero tampoco tenía la autoridad para obligarles a quedarse. Pero si que podía destruir los barcos, sin los cuales nadie sería capaz de salir de allí.
Fue una carrera a contrarreloj, en contra de sus propios soldados, para llegar a las embarcaciones antes que ellos y quemarlas totalmente. Esto no habría sido posible sin la ayuda de un grupo de mercenarios que contrató, unos que acusó después de ser los culpables y dejó que los mataran sin decir nada. Muradin no entendía las acciones de Arthas; no era el mismo chico que recordaba y sus intentos de dialogar con él fracasaban constantemente. Pero le había prometido ayudarle hasta el final y pensaba cumplir su promesa.
Fue entonces cuándo apareció finalmente Mal’Ganis, descubriéndose de su escondite. Claramente no vino solo: un gran ejército de muertos vivientes rodeó por completo el campamento humano y solo esperaba una orden para atacar en massa y matarlos a todos. Nadie sobreviviria. En ese momento Arthas se acordó de la legendaria espada que había mencionado el enano en su primer encuentro; si era tan poderosa como suponía Muradin, podría ser su salvación. Dejó a sus capitanes al mando del campamento y partió en su búsqueda.
Las notas de Muradin fueron muy útiles para localizar la cueva dónde se decía que estaba la espada. Lo que no aparecía en los documentos es que un guardian poderoso estaba resguardando la entrada. Tuvieron que lidiar con ese obstáculo antes de poder accerder, no sin que antes el derrotado espíritu guardián le advirtiera que en realidad los estaba protegiendo a ellos de la espada. Y ahí estaba, la Agonía de Escarcha, el arma que iba a salvarlos a todos de un destino peor que la muerte.
Nuevamente, Arthas ignoró los sabios consejos de su amigo Muradin, quien ya no le decía nada, más bien le suplicaba que olvidara la espada, pues estaba maldita, y que volviera a Lordaeron tal y como su padre había ordenado. Tendría su venganza, Mal’Ganis moriría; nadie se lo iba a impedir, ni aunque fuera un aliado. El estallido del hielo que cubría la espalda hirió gravemente a Muradin y Arthas pareció volver en sí. Se apresuró a sanar a su viejo amigo, invocó la Luz y, sorprendentemente, esta respondió; le sanaría, no dejaría que muriera por su culpa.
Lo que pudo ser un regreso al buen camino fue detenido por la espada. La Agonia de Escarcha, desprendiendo la voluntad de su oscuro señor, Ner’zhul, hizo olvidar de una vez y para siempre el camino de la Luz al joven príncipe. Arthas, como hechizado, olvidó lo que estaba haciendo, agarró la espada y dejó la cueva y a Muradin en su interior. De regreso al campamento se limitó a anunciar que el enano había muerto, pero que había valido la pena, porque ahora tenían la espada.
La Agonía de Escarcha ni hizo sino culminar con éxito un plan que llevaba años en marcha: el de traer al príncipe de Lordaeron al lado del Rey Exánime. Su habilidad especial era la capacidad de robar las almas, y eso incluía la de su portador. También es cierto que proporcionó un gran poder a Arthas, y le permitió abrirse paso hasta el Señor del Terror que largamente había perseguido. Mal’Ganis, en su inocencia, creyó que ahora el humano era de los suyos y le animó a escuchar la voz de la espada, pero el Rey Exánime tenía otros planes y él era un obstáculo. Arthas, desconcertado por lo que le acababan de decir, que había sido engañado desde el principio y ahora obedecía al «Señor Oscuro», obedeció finalmente a la espada con gusto, pues le indicó que asestara un golpe mortal a su enemigo.
Después de eso, el príncipe humano regreso a su campamento para dar muerte a todo ser vivo. Sus capitanes, siempre leales, fueron levantados y le continuaron sirviendo en la muerte. Los demás se convirtieron en fantasmas; atrapados en este mundo y olvidando que habían muerto, continuaron esperando que su querido príncipe regresara para poner rumbo a casa. El único que regresó a Lordaeron fue Arthas, aunque no como se esperaría.