El Príncipe Arthas localizó a Illidan muy poco después de que éste saliera a la superficie, tras permanecer encerrado por 10.000 años. Es de suponer que un encuentro tan rápido, y justo en un momento en que el Elfo de la Noche estaba solo, se produjo gracias a la capacidad del Rey Exánime de predecir el futuro, algo que los pasos de su campeón. Illidan no tardó en lanzarse sobre el humano que desprendía una sensación de muerte y combatieron por un buen rato. Finalmente, el elfo accede a escuchar al menos lo que Arthas le ha venido a decir. Habiendo convencido a Illidan para robar la Calavera de Gul’dan, el príncipe ha terminado sus asuntos en Kalimdor y pone rumbo de regreso a Lordaeron.
El Rey de Loraeron
El viaje de regreso tomaría más de tres meses. Para ese entonces la Legión Ardiente había sido vencida en la Batalla del Monte Hyjal y la Tercera Guerra había terminado. Los Señores del Terror restantes, ajenos a la derrota de sus superiores, continuaban ejerciendo la última orden que habían recibido de Archimonde: ser los amos de la Plaga y cuidar de los terrenos conquistados. Con un tono sarcástico, Arthas les agradeció el haber vigilado el reino en su ausencia y les comunicó que sus servicios ya no eran necesarios.
Los tres demonios (Balnazzar, Detheroc y Varimathras) desaparecieron jurando vengarse por tal afrenta mientras que Kel’thuzad se acercaba, acompañado por Sylvannas, a saludar el regreso del Príncipe. <<He regresado, Lich, pero habrás de dirigirte a mí como a un Rey. Después de todo, esta es mi tierra.>> Ciertamente, con la muerte de su padre, Arthas era el heredero al trono. El nuevo rey adoptó una actitud típica de los de su condición al sentir predilección por el acto de cazar; la diferencia, claro está, radica en que no cazaba animales, sino humanos.
A pesar de sufrir tres invasiones, dos por parte de los Muertos Vivientes y una de la Legión Ardiente, todavía había muchos humanos habitando en el desolado reino de Lordaeron. No obstante, se estaban movilizando para huir a zonas más seguras, dónde la Plaga tendría problemas para encontrarlos. Arthas no tenía intención de dejar que eso ocurriera y dividió sus fuerzas, bloqueando todas las salidas. Fue una gran sorpresa encontrar miembros de la Mano de Plata entre los supervivientes: se les daba a todos por muertos. Fue un error que solucionó con satisfacción.
La caza se desarrollaba satisfactoriamente, hasta que un dolor intenso se apoderó de su cuerpo. No era causado por ningún arma, sino por el Rey Exánime, que se comunicaba directamente con él a marchas forzadas. Arthas rechazó la ayuda de su fiel servidor, Kel’Thuzad: <<No. El dolor ha pasado pero mis poderes han disminuido. Aquí hay algo que va muy mal>>. Tampoco pudo entender lo que ocurría porque todo sucedió muy deprisa, así que ordenó continuar con la matanza, creyendo que no se repetiría. Pero una vez se terminó con todo signo de vida en la región, volvió a ocurrir; esta vez, el Rey Exánime fue más claro: <<Soy yo, el Rey Lich. ¡El peligro se acerca al Trono de Hielo! ¡Tienes que volver a Northrend de inmediato! ¡Obedece!>>. Había que volver a la capital cuánto antes.
De nuevo en Rasganorte
Por el camino, Kel’thuzad fue informado de lo que estaba ocurriendo. Se debían iniciar los preparativos para que Arthas viajara a Rasganorte lo más pronto posible. Una vez entraron a la capital, se dieron cuenta que acababan de caer en la trampa. El Rey fue separado de los demás, tal y como los Señores del Terror habían planeado. En la ausencia del monarca, los demonios se habían apoderado de la capital y de un gran número de los No-muertos, pues habían descubierto que el Ner’zhul estaba perdiendo sus poderes a medida que pasaba el tiempo y su control mental sobre la Plaga era cada vez menor. Ese también era el motivo por el que los poderes de Arthas habían decrecido y seguirían haciéndolo.
Tuvo que atravesar la ciudad con las pocas fuerzas que encontró y que todavía seguían fieles a su señor. Esperaba encontrar a Kel’thuzad en el exterior, pero en su lugar estaba Sylvannas. La Reina Alma en pena se lo llevó al interior del bosque, haciéndole creer que estaba de su parte. No sospechó nada hasta que el Rey Exánime se lo comunicó. Antes de que pudiera reaccionar, ya tenía clavada una flecha. Quedó paralizado, tal y como se esperaba, pues el deseo de Sylvannas era que sufriera; pero el hecho de no matarlo directamente fue un gran error. Kel’thuzad intervino en el momento justo y la obligó a huir.
El Rey, aún con los efectos de la flecha paralizante, no podía quedarse para poner fin a la guerra civil a tres bandos que se había originado en Lordaeron: asuntos más urgentes le llamaban desde Rasganorte. En su lugar, encargó al Kel’thuzad que mantuviera el orden en el reino y se despidió de él, pues no estaba seguro si iba a regresar de esa misión. Arthas sintió algo de nostalgia cuándo desembarco en las tierras heladas del norte; parecía que hacía muchísimo tiempo desde la última vez. Pero no tenía tiempo para esas cosas.
Si la vez anterior se había encontrado con los Enanos y había contado con su ayuda, esta vez se presentaban ante él los Elfos, ahora convertidos en Elfos de Sangre y como enemigos. Fue una gran sorpresa, ya que él en persona había dirigido el asalto a Quel’thalas: la Plaga no deja supervivientes. Desde sus monturas aladas, los elfos permanecían a salvo de las garras de la Plaga. Nada podían hacer los soldados de Arthas para hacerles frente… hasta la llegada de la ayuda. Enormes arañas aparecieron de la nada y atraparon con sus redes al enemigo, matándolos después.
Hacia el Trono Helado
El salvador se identificó como Anub’arak, último rey de Azjol’Nerub, líder de los nerubianos. El Rey Exánime lo había enviado para acelerar la travesía de Arthas y sus soldados. Con su ayuda, el primero de los asentamientos de los Elfos de Sangre fue destruido. Fue entonces cuando su líder se mostró: Kael’thas Caminante del Sol. Arthas lo conocía bien; El elfole recordó a Jaina Valiente, y por un momento pareció dudar, recordando a la única persona que había amado; pero también le había abandonado en su momento de mayor necesidad. No, Jaina Valiente ya no importaba.
Kaelt’has combatió a Arthas, jurando que, de haber estado él presente en el ataque a Quel’thalas, las cosas hubieran sido diferentes. Sin embargo, fue derrotado, al igual que lo fue en su día su padre ,Anasterian Caminante del Sol. Antes de desaparecer mágicamente, tuvo la satisfacción de anunciar que esta pequeña victoria no significaba nada: las fuerzas de su señor Illidan se encontraban ya muy avanzadas en el camino a Corona de Hielo y nunca les alcanzarían a tiempo.
La Plaga se encargó de todos los Elfos de Sangre que restaban en la costa, y de unas extrañas criaturas serpiente que luchaban a su lado, los que se hacían llamar Naga. Arthas también encontró tiempo para encontrar y matar a un poderoso dragón que tenía su guarida no muy lejos de ahí, y del que se decía que guardaba objetos de gran valor, unos que le serían de ayuda en su lucha. Una vez muerta la bestia, el Campeón de la Plaga hizo gala de sus poderes, los cuales, a pesar de ser inferiores, eran capaces de resucitar a ese gran dragón llamado Sapphiron.
Pero todo esto sería en vano si el príncipe Kael’thas estaba en lo cierto: si realmente no llegarían a tiempo a Corona de Hielo para salvar a Ner’zhul. Anub’arak recomendó otro camino, más directo, que pasaba por los túneles de su antiguo reino de Azjol’Nerub y partieron hacia allá. El enorme Sapphiron no podía entrar, por lo que tuvo que ser dejado atrás. Entonces, en la entrada del túnel, supuestamente vigilada por nerubianos de Anub’arak, otra sorpresa apareció. De pronto, unos Enanos abrieron fuego contra los no-muertos. Arthas los reconoció de inmediato: <<¡Los enanos de Muradin? Es imposible… ¿Es que ya nadie se queda muerto cuando lo matas?>>.
Esos enanos habían deambulado por Rasganorte desde que el príncipe humano los abandonara y matara a Muradin, el líder de la expedición. Ahora, habían hecho de los túneles subterráneos su hogar y no dejarían entrar a la Plaga por las buenas. Arthas y Anub’arak no tenían tiempo para esto, pero tampoco había opción. Además, el nuevo líder enano guardaba la llave a la parte inferior de Azjol’Nerub, por lo que era preciso robársela de su frío cadáver. También encontraron nerubianos que lucharon a muerte contra los muertos, algo que Arthas no entendió: Anub’arak le explicó que eran supervivientes de la Guerra de la Araña y que continuaban luchando inútilmente contra Ner’zhul.
Antes de descender todavía más en la montaña, Anub’arak recomendó prudencia. Antes de morir, el enano mencionó unos oscuros seres vagando por los túneles inferiores, motivo por el que habían decidido sellar la puerta. Ciertamente, tenían razón: había Ignotos, unos seres que servían a los Dioses Antiguos. No obstante, el problema principal fue el Olvidado, algo que hizo temblar a Anub’arak. Fue una dura batalla, más aún por los poderes cada vez menores del Campeón de la Plaga, pero prevalecieron y continuaron con su camino.
De pronto, un terremoto apareció y el techo empezó a derrumbarse. Arthas se adelantó para evitar las rocas y quedó totalmente separado de sus aliados nerubianos. Era muy peligroso continuar en un reino que no conocía y que estaba lleno de trampas mortales, pero no había tiempo para esperar a que fueran a buscarle: cada segundo era crucial; además, los túneles se estaban derrumbando. Anub’arak estuvo realmente sorprendido de que lo consiguiera y entonces entendió por qué Ner’zhul lo había escogido como su campeón.
El triunfo del Rey Exánime
Su travesía por Azjol’Nerub valió la pena y llegaron a Corona de Hielo poco después que Illidan y sus fuerzas. Al sentir su presencia, el Rey Exánime estuvo muy contento que por fin hubiera llegado. Le explicó el motivo de los problemas: había una brecha en el hielo y por ella estaba perdiendo los poderes. Sin embargo, Ner’zhul se concentró para potenciar al máximo a su campeón. Ahora solo faltaba la batalla final.
Fue una verdadera carrera por activar los Obeliscos que permitían la entrada al Glaciar donde se encontraba Ner’zhul. A pesar de que Arthas los activó primero, Illidan llegó antes a la entrada. Allí, tuvo lugar el segundo combate de estos dos seres tan poderosos. Aunque Arthas estuviera al máximo, Illidan también era mucho más poderoso, sobre todo gracias a la Calavera de Gul’dan. Seguramente el semi-elfo era más fuerte, y fue eso lo que causó su perdición. Illidan, confiado, no prestó la suficiente atención a su defensa, algo que Arthas supo aprovechar. Bastó con un movimiento para que la Agonía de Escarcha abriera el pecho del Traidor.
Arthas dejó a su oponente agonizando en la nieve, pensando que moriría por la herida o por el frío y se dispuso a ascender por el glaciar. A medida que subía, los recuerdos de su vida como príncipe de Lordaeron retumbaron por el lugar. Se podían escuchar las voces de Uther, Jaina y Muradin, entre otros. Pero no prestó atención a ello y continuó con su camino. En lo más alto estaba esperando Ner’zhul, encerrado en el hielo. Arthas recibió una última orden: <<Devolved la espada… completad el círculo… ¡liberadme de esta prisión!>>.
Con un fuerte golpe de la espada, Arthas rompió la prisión de su maestro. La armadura cayó al suelo y el casco quedó cerca de sus pies. Lo recogió y lo puso en su cabeza. <<Ahora… ¡Somos uno solo!>>. Era el triunfo de los planes de Ner’zhul. Su objetivo último de liberarse del hielo y obtener un nuevo cuerpo había tenido éxito. Junto a los poderes del humano, serían imparables. Sin embargo, durante 5 años, el Rey Exánime permaneció en estado de hibernación, sentado en el Trono Helado. Por cinco años, una lucha mental tenía lugar en su cabeza, por el control: ese es el tiempo que tardó Arthas en deshacerse de la pequeña parte de humanidad que le quedaba, o es pensó. También lo creyó Ner’zhul, quien a pesar de todos sus poderes de visión del futuro, no fue capaz de prevenir lo que vino a continuación. El orco fue el siguiente en desaparecer. Ya sólo quedaba una entidad: Arthas, al que se le conocería a partir de ahora como Rey Exánime.