Hemos analizado los acontecimientos que rodean a la Alianza y a la Horda en el tiempo que va de la Segunda a la Tercera Guerra. Pero nos falta una última facción por ver: los muertos vivientes. La invasión de la Plaga no ocurrió de un día para otro: necesitó de varios años de preparación por parte del Rey Exánime antes de lanzarse contra los reinos humanos del norte. Así pues, en esta última entrega de esta etapa de paz nos centraremos en los hechos que llevaron definitivamente a la Tercera Guerra.
La conquista de Rasganorte
El chamán orco Ner’zhul fue finalmente capturado por Kil’jaeden y torturado por su traición. El demonio disfrutó destruyendo el cuerpo del orco, siempre manteniendo el alma intacta. Pasado el tiempo, Kil’jaeden hizo lo que mejor sabía: urdir un elaborado plan para atacar otro mundo. No habiendo olvidado lo que ocurrió en el mundo de Azeroth y la derrota que allí sufrió la Legión hacía ya casi diez mil años, se procedería a una segunda invasión.
Para asegurarse de que esta vez iba a ser un éxito, Kil’jaeden planeó debilitar a las razas que pudieran hacerles frente antes de que la verdadera invasión empezara. De esta manera, introdujo el alma de Ner’zhul en una armadura y lo encerró en un boque de hielo. Después, envió a la nueva criatura a Azeroth, estrellándose en el helado y poco poblado continente de Rasganorte. Sabiendo que ya le había traicionado una vez, las precauciones de Kil’jaeden con Ner’zhul no se limitaron a su prisión. Junto con él, envió a algunos Señores del Terror, como Mal’Ganis, para que garantizaran que el orco no volviera a actuar por su cuenta.
Ner’zhul pudo comprobar que ahora tenía nuevos y muy superiores poderes que cuando estaba en su antiguo cuerpo; sin embargo, seguía limitado por su prisión. Desde el principio, tuvo claro que encontraría la forma de liberarse de sus señores demoníacos e hizo uso de sus nuevas facultades para localizar a un recipiente, un cuerpo mortal, acorde a sus exigencias. A pesar de que el Príncipe Arthas era todavía joven, Ner’zhul consideró que era lo que buscaba y preparó una estrategia para hacerse con él.
Pero primero iba a tener que conseguir un ejército, pues a pesar de sus grandes poderes, no iba a ser capaz de enfrentarse él sólo a toda la Alianza. Otra de sus nuevas habilidades eran propias de un nigromante: podía levantar algunos cadáveres no muy lejos de Corona de Hielo, el lugar en el que había impactado. Con ellos, se hizo con un pequeño poblado humano y procedió a resucitar a todos los muertos. Día a día y a medida que crecían sus efectivos lo hacían también sus poderes mentales.
Si iba a conquistar Rasganorte, primero debería eliminar a al menos uno de los dos Imperios que lo poblaban: los nerubianos y los trols. Los nerubianos estaban mucho más cerca y fueron los que primero opusieron resistencia. Ner’zhul casi habría perdido la guerra -y la vida- a causa de la resistencia innata de esta raza de insectos a ser resucitados. Por suerte, sí podían levantar sus cadáveres mediante nigromancia. Poco a poco, las tropas no-muertas se impusieron en la que se ha denominado Guerra de la Araña.
Al final, incluso el último de los reyes de los nerubianos, Anub’arak, cayó ante las tropas de la Plaga y fue resucitado como elmayordomo de Ner’zhul. Los que todavía vivían empezaron a excavar más profundo, tratando de huir de la muerte. Sin embargo, despertaron a un antiguo mal que dormía bajo la tierra helada de Rasganorte y los Ignotos empezaron a emerger de las profundidades. Atrapado entre dos frentes, el reino de Azjol’Nerub, uno de los más antiguos del planeta, cayó. La Guerra de la Araña finalizó y todos los cadáveres de las arañas fueron resucitados para servir en la muerte a Ner’zhul. Además de nuevas tropas, el señor de los muertos hizo incorporar la arquitectura nerubiana en sus futuras construcciones, como por ejemplo Naxxramas.
No obstante, las arañas habían despertado a los Ignotos; era un enemigo muy igualado, pues ninguno de los dos podía controlar mentalmente al otro. Por suerte, los servidores de los Dioses Antiguos preferiblemente permanecieron bajo tierra la mayor parte del tiempo y no resultaron ser una amenaza potencial para la Plaga. En cuanto al otro de los Imperios de Rasganorte, el de los trols Drakkari, inexplicablemente fue ignorado: no se tiene conocimiento de un asalto a sus tierras hasta que la Alianza y la Horda invaden el continente. Con la caída de Azjol’Nerub, se dio la zona por conquistada y tampoco se intentó asaltar las tierras más sureñas y costeras, en las que los dragones tenían sus santuarios más sagrados. En vez de eso, se iniciaron los preparativos para el ataque a Lordaeron.
El Culto de los Malditos
Para hacer todavía más fácil la invasión, se buscó entre los humanos aquellos que podrían servirle voluntariamente a cambio de promesas de poder. Seguramente ignoraban donde se estaban metiendo y después ya era demasiado tarde. Es el caso de Kel’thuzad, uno de los magos del Kirin Tor, miembro del Consejo de los Seis y poseedor de gran riqueza material. Kel’thuzad fue engañado por Ner’zhul mediante susurros para que practicara un nuevo tipo de magia: la nigromancia. Bajo promesas de un mayor poder, el mago empezó sus experimentos en secreto, aunque finalmente fue descubierto, así como todas sus pruebas, por el Kirin Tor.
No queriendo renunciar a sus prácticas, prohibidas por la sociedad de magos, Kel’thuzad abandonó el Kirin Tor y renunció a su posición. Sus intenciones no eran tan malvadas, pues consideraba que como magos y protectores del reino, debían estudiar todo tipo de magia; los brujos orcos habían sorprendido a la humanidad con un tipo de magia muy superior al suyo y era su deber volverse más fuertes. Antonidas y lo demás no compartían esta visión. Kel’thuzad aprovechó que el Consejo no denunciaría públicamente sus crímenes por temor a la vergüenza que sufriría el Kirin Tor y marchó ileso a Rasganorte para encontrarse con aquél que le susurraba continuamente y convertirse directamente en su aprendiz.
Llegó a Corona de Hielo con dificultad y fue bien recibido por Anub’arak, ya advertido de la visita del mago. El antiguo rey nerubiano le enseñó todo Naxxramas. Kel’thuzad se mostró desconfiado por la gran sala de entrenamiento y la gran cantidad de provisiones, pero le restó importancia. Estaba mucho más sorprendido por la capacidad de su nuevo señor de resucitar cuerpos tan grandes como lo de las arañas, sobretodo el enorme Anub’arak, y que encima todavía tuvieran la capacidad intelectual suficiente como para hablar. Sus experimentos con ratas habían sito un fracaso tras otro. Estaba convencido de que allí iba a aprender mucho.
Toda su posible felicidad se destruyó en un instante, cuándo Anub’arak le enseñó lo que de verdad planeaba el maestro. Tras resucitar un cuerpo humano y obligarlo a matar a otro delante de sus ojos, Kel’thuzad se tele trasportó lo más lejos que pudo y reflexionó sobre lo que había visto. Todas esas preparaciones que había visto no eran medidas defensivas, se estaban preparando para atacar. No obstante, fue localizado enseguida y entonces supo que no podía huir; era demasiado tarde para él. De los pocos pensamientos que tuvo, fueron el de aparentar servir a Ner’zhul, aprender lo más posible de él y traicionarle en un momento de descuido.
Poco después, al conocer directamente a su maestro, éste le doblegó rápidamente. Con facilidad Kel’thuzad yacía en el suelo, sin poder levantarse y sometido a un gran dolor. Ner’zhul le comunicó que no sentía ningún tipo de aprecio hacia los humanos y que pensaba eliminarlos a todos; además, tenía los medios para hacerlo. Con gusto le hizo saber que era imposible traicionarle, pues podía leer la mente de los demás. Kel’thuzad le serviría en vida o lo haría en la muerte. De todas maneras, era más útil vivo, por lo que no le mató.
A partir de ese momento, el antiguo mago del Kirin Tor estuvo ligado a la Plaga y fue enviado, junto con Naxxramas, la cual lideraría, a Lordaeron. Durante un tiempo, debía encontrar a otros que voluntariamente ayudarían en su causa. Kel’thuzad sería el fundador del Culto de los Malditos, aquellos que sirven en vida al Rey Exánime (tal y como empezó a llamarle) y también su líder. Permanecieron ocultos hasta que llegó el momento indicado de sembrar el caos entre la humanidad. El plan era simple: debían infectar el grano, la comida principal de la raza humana, mediante magia oscura, de tal manera que al poco tiempo se convirtieran en muertos vivientes.
La paz llega a su fin
Los orcos, después de destruir Durnholde, llegaron a una especie de acuerdo con los humanos y se establecieron en algún punto al sur de Lordaeron. No obstante, sus días de paz y tranquilidad no iban a durar mucho tiempo. Su Jefe de Guerra, el joven Thrall, era un chamán muy dotado y pudo notar que los elementos estaban inquietos. Estos mismos elementos le animaron a confiar en el extraño profeta que se apareció ante él y le insistió en abandonar este lugar y dirigirse al Oeste. Thrall mandó reunir a todos los jefes de la Horda para no dejar a nadie atrás; sin embargo, los humanos aparecieron nuevamente, ya que las acciones de Thrall iban en contra de la tregua. Por si no fuera suficiente, habían capturado a Grito Infernal y todo su clan; la Horda tuvo que luchar para liberarles. Fue Grommash quien propuso la idea de robar los barcos humanos en su nueva travesía. Así, la Horda abandonaba finalmente Lordaeron y se dirigía al lejano y desconocido Kalimdor.
Por otro lado, el Culto de los Malditos renunció a su secretismo y se mostró al mundo. Se empezó a infectar las aldeas de más al norte del reino de Lordaeron, un reino ocupado con un serio problema de orcos que se estaban liberando de los campos de internamiento y asolado por las continuas deudas que arrastraba desde la Segunda Guerra. Lordaeron tardó un tiempo en responder a la llamada de ayuda y para entonces algunas poblaciones pequeñas habían sucumbido por completo a la enfermedad, transformando a sus habitantes en esqueletos o zombis. Los nigromantes del culto experimentaron un sistema para unir diversos cuerpos en uno solo, más grande y fuerte: lo llamaron Abominación y causó estragos entre los soldados humanos. Además, el proceso de abominación causaba grandes daños cerebrales, por lo que la criatura era sumamente manipulable y útil.
Finalmente, el reino de Lordaeron entendió que esto iba mucho más allá que una simple epidemia y puso todo su esfuerzo en combatir esta nueva amenaza que ponía en peligro su seguridad. El Rey Terenas y el archimago Antonidas no quisieron escuchar al enigmático Profeta que les advertía al igual que había hecho con Thrall. Creían que ganarían; es más, los orcos habían partido hacía poco, hacia rumbo desconocido. En realidad no importaba, lo esencial era que se habían ido al fin de sus tierras, y podrían centrarse totalmente en este nuevo enemigo. Así, empieza una nueva etapa que se conoce como la Tercera Guerra y que tuvo un impacto a nivel mundial.