En este artículo os mostramos la biografía de Sylvanas Brisaveloz con toda su historia más reseñable hasta lo sucedido en La batalla por Lordaeron.
Biografía de Sylvanas Brisaveloz
Infancia y juventud
De cuna noble, Sylvanas pertenece a una de las familias más importantes de Lunargenta. Junto a sus hermanos vivía en la Aguja Brisaveloz, en lo que ahora se conoce como Tierras Fantasma, pero antes pertenecía a los frondosos bosques de Quel’thalas. Alleria Brisaveloz es su hermana mayor, mientras que Vereesa Brisaveloz y Lirath Brisaveloz, su único hermano, son menores que Sylvanas.
En su juventud, Sylvanas se unió a los forestales de Lunargenta y su inteligencia táctica le permitió ascender rápidamente en el escalafón militar hasta llegar al puesto de General Forestal de Lunargenta, liderando así a los ejércitos elfos de Quel’thalas.
Ya en su nuevo puesto, Sylvanas se fijó en un humano de gran talento llamado Nathanos Marris, lo que provocó la oposición de muchos de sus compañeros a que un humano entrenase con los forestales elfos. A pesar de dicha oposición, Sylvanas decidió seguir confiando en su discípulo humano para ayudarle a planificar los próximos movimientos de su ejército.
El propio Kael’thas Caminante del Sol exigió a Sylvanas la expulsión de Nathanos del cuerpo de forestales, algo que fue rechazado por la General Forestal aduciendo que el humano sería un fiel aliado para la causa.
Participación en la Segunda Guerra
Durante la Segunda Guerra se produjo un enfrentamiento en los bosques de Quel’thalas al que la Alianza solo envió una pequeña ayuda simbólica, encabezada por Alleria Brisaveloz. El origen del enfrentamiento fueron unos focos de incendio en el corazón del bosque originados por una banda de trols del bosque que se había adentrado más de lo habitual en territorio de Quel’thalas.
Justo cuando las fuerzas de Alleria estaban siendo emboscadas por los trols del bosque, apareció Sylvanas, quien ordenó a sus forestales que acabasen con la amenaza rápidamente. La victoria no se hizo esperar.
La razón de la presencia de Alleria era que una banda de orcos, ayudados por dragones, estaba atacando los bosques del sur de Quel’thalas. Gracias a la actuación de Sylvanas y su ejército, las tropas de la Horda quedaron atrapadas entre dos frentes. A pesar de ello la batalla no fue plácida y duró varios días, aunque la estrategia de los elfos y los humanos acabó decantando la balanza de su lado. Los orcos se retiraron con numerosas bajas en sus filas y, mientras Alleria y Turalyon los perseguían, Sylvanas rastreaba los bosques en la búsqueda de supervivientes enemigos.
Invasión de la plaga
Al terminar la Segunda Guerra, los elfos nobles rompieron sus lazos con la Alianza y, a pesar de las amenazas de las proximidades, Quel’thalas se mantuvo en una relativa paz durante años, lo que propició que los bosques recuperaran todo su esplendor. A pesar de ello Sylvanas, como General Forestal de Lunargenta, mantuvo a sus exploradores atentos a cualquier movimiento que se pudiera producir, ya que la calma siempre precede a la tempestad.
Los temores de Sylvanas cobraron forma muy pronto con la aparición de Arthas Menethil, ya convertido en caballero de la muerte, al mando de un ejército de no-muertos. Su objetivo era llegar hasta la Fuente del Sol para poder resucitar a Kel’thuzad, pero Sylvanas no se lo iba a poner nada fácil.
Tras encontrarse cara a cara con Arthas, Sylvanas le pidió que diese la vuelta, a lo que el caballero de la muerte respondió que la muerte había llegado a Quel’thalas y dando comienzo al asalto de la primera puerta élfica. Gracias a los nerubianos y a sus nigromantes, la primera puerta no tardó en caer y Sylvanas, junto a los elfos supervivientes, se replegaron hacia la segunda puerta. En ese momento Sylvanas se dio cuenta del potencial del ejército de Arthas y de que no podría vencer ella sola esa batalla. Siempre podría confiar en los magistri de la Fuente del Sol, pero un forestal la informó de que Quel’thalas había sido traicionada. Arthas continuó incansable hasta llegar a la segunda puerta y Sylvanas decidió destruir el puente que daba acceso a la misma. En ese momento vio horrorizada como Arthas ordenaba a su ejército que creara un puente con cadáveres para permitirle el avance.
Sylvanas se retiró una vez más, a la Aldea Brisa Pura, donde evacuó a los ciudadanos ante el peligro que se aproximaba. Esta sería la posición final que Sylvanas pretendía defender a toda costa como último bastión de defensa contra la Plaga. Sylvanas veía su muerte cada vez más cerca y no pudo dejar de pensar en su hermana Alleria y en el collar que esta le había regalado.
Al este de la Aldea Brisa Pura se produjo la batalla final en la que Sylvanas, fatigada por tantos días de batalla, no pudo hacer frente a la Agonía de Escarcha, acabó atravesándola.
Arthas, no contento con ello y frustrado por la resistencia que había opuesto Sylvanas, castigó a la forestal arrancando su espíritu y convirtiéndolo en una banshee espectral. Gracias a esto, Arthas pasaría a controlar la voluntad de Sylvanas, que a partir de ese momento no podría desobedecer sus órdenes. Además, fue forzada a participar en la toma de Quel’thalas, llegando incluso a asesinar a su propia gente.
Liberación de Sylvanas
Tras convertirse en uno de los generales de Arthas que permaneció en Lordaeron, Sylvanas se dio cuenta de que el Rey Exánime, debilitado como estaba, perdía poco a poco el control sobre su mente, un hecho que la ahora forestal oscura decidió ocultar a Arthas y a Kel’thuzad.
Los señores del terror, conscientes de que el poder de Ner’zhul se había debilitado, planearon matar a Arthas. Sylvanas se cubrió las espaldas con un plan de contingencia por si Arthas conseguía huir. El caballero de la muerte consiguió escapar de la emboscada y escapó escoltado hacia los bosques. Allí, escondida entre las sombras, se encontraba una Sylvanas que había recuperado su antiguo cuerpo. Una flecha, creada por ella misma, alcanzó a Arthas paralizándolo casi al instante. El caballero de la muerte, furioso por la traición, exigió una muerte rápida, a lo que Sylvanas se negó después del calvario que había tenido que sufrir. Justo antes de conseguir su ansiada venganza, apareció Kel’thuzad y frustró sus planes, haciéndola huir.
Ahora ya liberada del yugo del Rey Exánime, Sylvanas comenzó a investigar las magias nigrománticas. Con sus nuevos poderes, y con la ayuda de Varimathras y Garithos, conquistó la ciudad de Lordaeron y se proclamó como líder de los Renegados.
La entrada en la Horda
Sylvanas sabía que los Renegados debían hacerse un sitio en el mundo si quería completar su venganza contra Arthas, pero la situación de la antigua Lordaeron, ahora Entrañas, no ofrecía muchas esperanzas de supervivencia al estar al alcance de otros ejércitos de la Alianza. Decidió que lo más sensato era buscarse aliados para proteger su territorio y, por ello, envió emisarios a ver a Thrall, el Jefe de Guerra de la Horda. Su admisión como miembros de la facción fue impugnada, aunque los tauren de Cima del Trueno surgieron como un aliado inesperado. Concretamente, Hamuul Tótem de Runa vio potencial en la posible redención de los Renegados y convenció al Jefe de Guerra para forjar una alianza con ellos.
El siguiente paso, una vez forjada la alianza con la Horda, era expandir su creciente imperio de no-muertos. Sylvanas aprovechó para liberar de la Plaga a su antiguo discípulo Nathanos Marris, el cual fue nombrado campeón de la Reina alma en pena, pasando a instalarse en la Hacienda Marris para entrenar nuevos campeones. La finalidad de dicho entrenamiento era eliminar la presencia de la Cruzada Escarlata que amenazaba las tierras renegadas. Sylvanas ordenó la creación de los mortacechadores, quienes se convirtieron rápidamente en una de las organizaciones de espías más importantes de Azeroth, así como la producción de una nueva peste que afectaría a la Plaga por parte de la Sociedad Real de Boticarios.
El enfrentamiento contra la Plaga
El momento de derrotar a la Plaga había llegado y Sylvanas, acompañada del boticario Putress, se reunió con Thrall, Varok Colmillosauro y Garrosh Grito Infernal para planear los próximos movimientos. Durante la reunión se produjo cierta tensión entre Thrall y Garrosh, que desembocó en un combate entre ambos orcos. La batalla estaba siendo muy equilibrada, con Garrosh consiguiendo una cierta ventaja momentánea. De repente apareció un heraldo del Rey Exánime que amenazaba con la destrucción de Orgrimmar, mientras que la ciudad era atacada por abominaciones, vermis de escarcha y algunos caballeros de la muerte. Sylvanas no dudó un instante en ayudar a defender la capital de la Horda y, tras la victoria, Thrall declaró la guerra al Rey Exánime. Inmediatamente, la Reina Alma en Pena envió a Putress a Rasganorte para apoyar el avance de los ejércitos de la Horda.
Mientras la Horda tomaba posiciones en Rasganorte, Sylvanas se dirigió a Lunargenta para reunirse con Lor’themar Theron, señor regente de Quel’thalas, con el fin de ordenarle el envío de las fuerzas de los elfos de sangre a combatir a la Plaga. Al principio Lor’themar se mostró reticente, a lo que Sylvanas respondió indicando que si los elfos de sangre pertenecían a la Horda era gracias a ella y que, si no se movilizaban, perderían su apoyo. Este ultimátum de Sylvanas convenció a Lor’themar, quien se comprometió al envío de sus tropas a Entrañas.
La batalla en Rasganorte
El asalto al continente helado de Rasganorte se produjo en dos frentes. Mientras el grueso del ejército de la Horda, liderado por Garrosh, atacaba desde Tundra Boreal, los Renegados tomaron el Fiordo Anquilonal apoyados por su potente armada. El arsenal desplegado por Sylvanas incluía una nueva peste que la Sociedad Real de Boticarios, instalada en Nuevo Agamand, estaba perfeccionando.
Durante la batalla de Angrathar, también conocida como la Puerta de Cólera, el boticario Putress apareció por sorpresa para lanzar su nueva creación sobre los miembros de la Plaga, de la Alianza y de la Horda, así como el propio Rey Exánime, el cual tuvo que retirarse visiblemente afectado por la nueva peste.
Mientras se producía la batalla en la Puerta de Cólera, en Entrañas se produjo un alzamiento por parte de Varimathras y un ejército demoníaco. Sylvanas logró escapar a duras penas hacia Orgrimmar, acompañada de algunos miembros leales. Desde allí planeó junto a Thrall un contraataque para recuperar Entrañas. Durante la planificación apareció Jaina Valiente para informar de que el rey Varian Wrynn se preparaba para una guerra contra la Horda por los sucesos de la Puerta de Cólera. Thrall y Sylvanas rehusaron cualquier responsabilidad en los hechos, culpando a Putress de traición, a lo que Jaina respondió que el asalto de Varian se produciría igualmente para ajusticiar a Putress y liberar Lordaeron para la Alianza.
Sylvanas lideró un ejército de la Horda, junto a Thrall y Vol’jin, para recuperar Entrañas, consiguiendo finalmente derrotar a Varimathras. Mientras tanto, el rey Varian lanzó un ataque a las alcantarillas de Entrañas, localizando experimentos con cautivos humanos, lo que llevó a Varian a pensar en declarar la guerra a la Horda. Furioso entró en el Barrio Real después de la derrota de Varimathras cargando contra Thrall y Sylvanas, pero rápidamente fue transportado fuera de la batalla por Jaina.
Así Sylvanas recuperó su trono y ordenó ejecutar a los traidores rebeldes. Thrall aprovechó la situación para dejar en Entrañas a parte de su guardia Kor’kron, con el fin de evitar nuevos levantamientos
Cara a Cara con el Rey Exánime
Una vez en la Ciudadela de la Corona de Hielo, Sylvanas se ocupó de liderar a la Horda en su incursión en las Cámaras Heladas con el fin de enfrentarse a Arthas y conseguir así su ansiada venganza. Tras derrotar a Ick y Krick en el Foso de Saron, Krick reveló que la Agonía de Escarcha se encontraba en las Cámaras de Reflexión sin vigilancia. El Señor de la Plaga Tyrannus eliminó a Krick por su traición y se enfrentó a Sylvanas y los héroes de la Horda. Tras derrotarlo, tanto Sylvanas como los aventureros accedieron a las Cámaras de Reflexión.
Nada más adentrarse en la nueva estancia, Sylvanas sintió un profundo dolor que provenía de la propia Agonía de Escarcha. La simple presencia de la espada la afectaba profundamente, pero Sylvanas decidió contactar con los espíritus encerrados en la hojarruna para obtener información que le pudiera ser de ayuda. El espíritu de Uther hizo presencia para alertarla de que el mismo Rey Exánime se dirigía hacia allí y que sería muy imprudente derrotarlo en ese lugar. También le dijo que, incluso aunque Arthas fuese destruido, alguien debería ocupar su puesto como Rey Exánime para controlar a la Plaga, de lo contrario se convertiría en una fuerza imparable que arrasaría el mundo. El lugar en el que Arthas debía ser derrotado era el Trono Helado.
En ese mismo instante, el Rey Exánime hizo acto de presencia reclamando la espada y consumiendo el alma de Uther, para posteriormente invocar a Falric y Marwin, sus dos lugartenientes de más rango, para que se libraran de los intrusos. Mientras que los héroes se encargaban de ellos, Sylvanas persiguió al Rey Exánime hacia el interior de la estancia. Tras derrotar a los caballeros de la muerte y a sus aliados, el grupo de aventureros encontró a Sylvanas y Arthas luchando. Tras darse cuenta de que no podría ser capaz de derrotar a Arthas, la Reina Alma en Pena congeló temporalmente al Rey Exánime para huir con los héroes atravesando muros de hielo y derrotando oleadas de enemigos enviados por el propio Arthas, una vez liberado de sus ataduras. Cuando todo parecía perdido y se encontraban sin escapatoria, apareció el Martillo de Orgrim para rescatarlos y huir del lugar.
La derrota final del Rey Exánime se produjo en el Trono Helado, pero sin la presencia de Sylvanas. Una vez hubo sido derrotado, la propia Sylvanas se aventuró sola en el Trono Helado en busca de respuestas, irritada por no haber estado presente en su derrota. Solo el pensamiento de que todo el trabajo que había realizado para obtener su venganza se había consumado, le sirvió de consuelo.
Sylvanas estaba decidida a lanzarse al vacío desde el Trono Helado, cuando nueve val’kyr se le acercaron y le mostraron visiones de su pasado. Esto no frenó a Sylvanas, que se lanzó al vacío perdiendo la vida.
De repente despertó con una visión del futuro de su propio pueblo. En ella veía como, sin su liderazgo, los Renegados serían sacrificados por Garrosh en un fallido asalto a Gilneas. Tras esta visión, Sylvanas se encontró flotando en un vacío oscuro donde encontró desesperación, miedo, arrepentimiento y frío. También se encontró al fantasma de Arthas como un niño solitario y asustado, lo que la hizo llegar a sentir un atisbo de lástima por él, a pesar de todo lo que le había hecho. Lo que estaba presenciando no era más que su eternidad, lo que le esperaba a su muerte. Entonces las val’kyr se aparecieron de nuevo y le ofrecieron un pacto. En lugar de permitir a Sylvanas residir en ese reino aterrador por toda la eternidad, una de las val’kyr se ofreció a ocupar su lugar si ella se unía a las otras val’kyr, a lo que Sylvanas aceptó, regresando al reino de los vivos junto a las ocho val’kyr restantes.
Tras esto, regresó al Bosque de Argénteos donde Garrosh dirigía el asalto a Gilneas para convencerle de que el asalto lo harían a su manera. El orco aceptó con mala gana y Sylvanas aprovechó para ordenar a la flota rodear la costa para dividir al pueblo de Gilneas.
El asalto a Gilneas
Tras la batalla de Angrathar, Sylvanas fue apartada de la cúpula de la Horda, debido al deterioro de las relaciones con el resto de la facción. Sus órdenes eran informar a Garrosh de cualquier movimiento previsto y la prohibición total del uso de la nueva peste creada por Putress.
Sylvanas hizo caso omiso a esta petición y continuó los experimentos del boticario con el fin de utilizar la peste en Gilneas para hacerse con su puerto y, así, conseguir la legendaria Guadaña de Elune, que según unas informaciones, se encontraba en la propia ciudad de Gilneas.
Los Renegados se encontraron con un problema durante el asedio a la ciudad huargen, y es que estos controlaban una maldición que se había extendido entre los ciudadanos y que proporcionaba unos poderes sobrenaturales a los habitantes de Gilneas. Estando acorralados, Sylvanas se enfrentó a Genn Cringris, Darius Crowley, el príncipe Liam Cringris y las fuerzas gilneanas. La banshee utilizó sus poderes oscuros para dejar incapacitados a sus enemigos y preparar una flecha envenenada destinada al propio rey Genn Cringris. En el último momento, cuando la flecha se dirigía a su destino, la intervención de Liam, el hijo de Genn, salvó la vida de este último, a costa de su propia vida. Frustrada, Sylvanas ordenó bañar de añublo la ciudad para garantizar la victoria, pero los gilneanos consiguieron evacuar la ciudad. A pesar de ello, los Renegados controlaron de nuevo la ciudad de Gilneas, aunque la victoria les duró poco.
Mientras, Sylvanas le mostraba a Garrosh el poder de las val’kyr resucitando a varios enemigos muertos como aliados. Este hecho horrorizó al Jefe de Guerra, que se enzarzó con Sylvanas, llegando al insulto.
Posteriormente, y durante un contraataque de la Alianza en Gilneas, Sylvanas trazó un plan para poner fin a la batalla. Lo primero que hizo fue resucitar a Lord Godfrey. Este se encargaría de capturar a Lorna Crowley y entregársela a Sylvanas. Con esa baza en su poder, se dirigió a la Muralla de Cringris lanzando un ultimátum a Darius Crowley: o se rendían o su hija sería convertida en renegada. Darius se rindió y Sylvanas liberó a su hija para que se reunieran, pero en ese mismo momento, Lord Godfrey disparó por la espalda a Sylvanas mientras proclamaba que Gilneas solo le pertenecería a él. La Reina Alma en Pena falleció a causa del ataque, aunque tres de sus val’kyr se sacrificaron para traerla de vuelta de la que sería su tercera muerte. Esto convenció a Sylvanas de que las val’kyr eran clave en el futuro de los Renegados.
La caída de Garrosh
Durante el Asedio de Orgrimmar, Sylvanas participó, junto a Lor’themar y Aethas, en el desembarco en la bahía Garrafilada, donde se enfrentaron a Galakras. Tras derrotar a Garrosh, Sylvanas participó en la elección de Vol’jin como nuevo Jefe de Guerra, aunque dejando claro que debería demostrar su valía.
Con Garrosh capturado y enviado al Templo del Tigre Blanco para ser juzgado, Sylvanas y el resto de líderes de la Horda se presentan para seguir el juicio, aunque la Reina Alma en Pena es partidaria de la ejecución y se opone al nombramiento de Baine como abogado defensor de Garrosh, al que acusa de “simpatizante de la Alianza” cuando se revela el buen trabajo que realiza defendiendo al orco. Baine reacciona con cierta agresividad, aunque manteniendo la calma. No obstante, Garrosh fue el asesino de su padre y estos comentarios no hicieron más que enfadar al tauren.
Vereesa Brisaveloz cita a Sylvanas en su hogar de la infancia, la Aguja Brisaveloz, consciente del odio que ambas sienten hacia Garrosh, con el fin de trazar un plan para acabar con el antiguo Jefe de Guerra. Dicho plan consistiría en la preparación de un nuevo veneno irrastreable que sería colocado en la comida de Grito Infernal. Quizás llevada por la emoción de trabajar junto a su hermana, Vereesa tuvo la idea de unirse a Sylvanas para ayudarla a liderar a los Renegados, aunque esta sabía que su pueblo nunca aceptaría a una criatura viva como líder, por lo que decidió asesinar a Vereesa tras hacer lo propio con Garrosh, pudiendo así renacer como no-muerta a su lado.
En el último momento, arrepentida, Vereesa revela a Anduin la presencia del veneno en la comida, tirando al traste todo el plan de las hermanas Brisaveloz.
El regreso de la Legión Ardiente
Con la Legión Ardiente invadiendo de nuevo el mundo de Azeroth, Sylvanas se da cuenta del riesgo que está corriendo. De las nueve val’kyr que la apoyaban en un principio, solo quedan una pocas, que podrían no ser suficientes en caso de tener que volver a revivir a la Reina Alma en Pena. Esto la condenaría a una eternidad de sufrimiento, como bien sabía.
Aun así, Sylvanas participa en el asalto combinado de Horda y Alianza a las Islas Abruptas, persiguiendo a Gul’dan y llegando a presenciar el sacrificio de Tirion Vadin a manos de Krosus. Una vez derrotado el demonio, la Horda tomaría el bancal superior mientras la Alianza flanquearía por el costado para así rodear al brujo. Al llegar a la cima del bancal, la Horda se encuentra con un portal demoníaco abriéndose del que empiezan a surgir innumerables demonios, llegando a superarlos en número. Durante la refriega, el propio Vol’jin es herido mortalmente por uno de los demonios y Sylvanas asume el liderazgo en la batalla, prometiendo al Jefe de Guerra que la Horda no sería derrotada. Los demonios continuaban su avance a través del portal, lo que obligó a Sylvanas a hacer sonar su cuerno y ordenar la retirada. Con esta posición desguarnecida, la Alianza quedó a merced de los demonios, observando atónitos como la Horda abandonaba el campo de batalla, pero sin saber lo que realmente había sucedido. Varian ordenó la retirada, pero, durante el repliegue, su nave fue atacada por un atracador vil, provocando que el Rey sacrificara su vida para proteger a los suyos. Este hecho provocó que la Alianza culpase a Sylvanas, que ya se encontraba en Orgrimmar con los supervivientes, de la derrota y muerte de Varian.
Ya en la capital de la Horda, un Vol’jin agonizante convoca a Sylvanas para revelarle que un loa le había mostrado una visión en la cual ella debía ser elegida como Jefa de Guerra, por lo que decide nombrarla su sucesora. Durante el funeral del fallecido Jefe de Guerra, Sylvanas pide a la Horda que le ayuden a vengarlo a lo que todos al unísono responden con un estruendo, jurándole lealtad.
Toda la flota de Renegados se desplazó a Tormenheim para iniciar el asalto y localizar la Égida de Aggramar, pero Sylvanas desapareció para buscar otras reliquias que le interesaban más para sus planes. Lo siguiente que sabemos de ella, es que aparece en Helheim haciendo un misterioso pacto con la mismísima Helya, que entrega a la Jefa de Guerra una jaula de almas con la que pretende subyugar a Eyir para obligarla a crear más val’kyr para los Renegados.
El plan parecía estar consumándose sin problemas hasta que apareció Genn Cringris. El enfrentamiento entre ambos serviría al huargen para vengar la muerte de Varian y su hijo Liam, pero la agilidad de Sylvanas evitó que fuese derribada y permitió a la forestal clavar una flecha envenenada en el hombro de Genn. Cuando la victoria parecía completa, Sylvanas se dio cuenta de que el huargen le había quitado la jaula de almas y la había destruido contra el suelo, provocando la liberación de Eyir. De esta forma, Genn acababa de condenar a todo el pueblo de los Renegados, lo que hizo sentir en el huargen una cierta sensación de cumplida venganza. Aun así, derrotada, Sylvanas no cejó en su empeño en dar caza a Eyir.
Las hermanas Brisaveloz
Tras haber derrotado a la Legión Ardiente y haber encerrado a Sargeras en la prisión del Trono del Panteón, Sylvanas se reencontró con sus hermanas, tras muchos años separadas. Tras reunirse en el Bosque Canción Eterna, se dirigieron a la Aguja Brisaveloz mientras aprovechaban para recordar uno de los juegos de su infancia llamado “una es mentira”. El juego consistía en realizar tres afirmaciones, de las cuales, solo una era mentira para que las otras hermanas intentasen adivinar cuál de esas afirmaciones era una farsa. Sylvanas confesó que a veces desearía estar viva, que estaba orgullosa de ser Jefa de Guerra y que nunca traicionaría a sus hermanas.
Durante el trayecto, surgió el tema del intento de asesinato de Garrosh por parte de Sylvanas y Vereesa, a lo que Alleria replicó culpando a la Jefa de Guerra por influenciar a su hermana, sin saber que la idea del envenenamiento había sido de la propia Vereesa. De repente, apareció una sombra a la que tuvieron que hacer frente. Alleria adoptó su forma de vacío y Sylvanas desató sus poderes de banshee, haciéndole ver a su hermana que no eran tan distintas y que se veían mutuamente como una aberración. Esto caldeó un poco el ambiente, por lo que Vereesa tuvo que intervenir para mediar entre ellas y seguir tranquilamente el camino hacia su antiguo hogar.
Una vez llegaron a su destino y, después de que sus hermanas confesaran cuál de sus afirmaciones era mentira, Sylvanas se negó a confesar la suya. Antes de separarse de nuevo, Vereesa se disculpó por haberse cargado el plan de asesinar a Garrosh. Cuando las tres hermanas se separaron se descubre que Sylvanas había llevado un escuadrón de forestales oscuras con el fin de asesinar a sus hermanas, pero que no habían llegado a actuar porque no habían recibido la señal para ello. La respuesta de la Jefa de Guerra fue que les permitiría seguir con sus vidas un poco más, pero que al final ambas le servirían.
Un descubrimiento prometedor
Tras lo sucedido en la Costa Abrupta, con la muerte de Varian, las relaciones entre la Horda y la Alianza estaban más deterioradas que nunca y la presencia de Anduin como Rey de Ventormenta era visto por Sylvanas como un signo de debilidad y una oportunidad única de conquistar la ciudad humana y levantar los cadáveres como Renegados.
Mientras tanto, en Silithus, el Cártel Pantoque descubrió una sustancia que emanaba de la herida provocada por Sargeras con su inmensa espada. La misteriosa sustancia potenciaba las habilidades cognitivas de los seres que entraban en contacto con ella y endurecían las armas y armaduras fabricadas con el mineral, fruto de la solidificación de dicha sustancia. Gallywix mostró a Sylvanas su descubrimiento y ambos estuvieron de acuerdo en el potencial bélico que tenía y que su uso podría inclinar la balanza definitivamente hacia el lado de la Horda. Para evitar que la Alianza descubriera sus planes, Sylvanas prohibió cualquier contacto con el enemigo, incluyendo las comunicaciones entre Baine y Anduin o la colaboración de los druidas con los de la Alianza en la sanación de la herida provocada por Sargeras. Mientras tanto, Gallywix fue enviado a construir nuevas armas con el mineral, al que bautizaron como Azerita.
Una situación incómoda
Mientras Sylvanas trabajaba en sus planes para explotar las virtudes de la Azerita recién descubierta, Nathanos informó a su Jefa de Guerra de que el Consejo Desolado había organizado una reunión junto a Anduin Wrynn en una localización neutral a medio camino del Castillo de Stormgarde y la Muralla de Thoradin. El fin de este encuentro era reunir a renegados y humanos que hubiesen compartido lazos familiares o de amistad antes de los sucesos relacionados con la Plaga. Nathanos aconsejó permitir la reunión como gesto con su pueblo para demostrarles que atendía sus preocupaciones y con el fin de ganarse la confianza de la Alianza y que no sospechasen nada de sus planes. Sylvanas aceptó bajo sus propias condiciones, permitiendo únicamente que un pequeño grupo de miembros del Consejo Desolado participasen en tal encuentro. En el fondo, confiaba en que la reunión fuese un fracaso debido al rechazo que sienten los humanos hacia los renegados.
El día de la reunión, un poco antes de que diese comienzo, Sylvanas y Anduin se encontraron y este aprovechó para preguntar sin rodeos si en la Costa Abrupta la Horda les había traicionado. La Jefa de Guerra hizo ver al joven rey que, aunque la Horda no hubiese abandonado el campo de batalla, el numeroso ejército de la Legión había acabado con ambas facciones, matando a todos.
La reunión dio comienzo, mientras Sylvanas y sus forestales oscuras permanecían a la espera en lo alto de la Muralla de Thoradin. Poco a poco fueron regresando algunos renegados que habían sido rechazados por sus familiares y conocidos, algo que reafirmó a la Jefa de Guerra en su postura de que el encuentro fracasaría. Sin embargo, fueron varios los renegados que no regresaron y que permanecieron con sus familiares y amigos sin que hubiese rechazo por ninguna de las partes. Uno de los sacerdotes presentes informó a Sylvanas de que Calia Menethil, heredera legítima del trono de Lordaeron y hermana de Arthas Menethil, se había unido a la reunión por parte de los humanos. Esto la hizo sentirse traicionada tras haber establecido claramente que el encuentro no debería tener tintes políticos, por lo que Sylvanas ordenó abrir fuego contra los renegados que habían desertado, mientras ella misma se encargó de asesinar a la propia Calia en presencia de Anduin, utilizando una de sus flechas. Este ataque fue justificado por ella al no haber resultado herido ninguno de los humanos y con haber cumplido su parte del trato, mientras que la Alianza, al presentar a Calia, había intentado generar un clima de sedición en su pueblo. Anduin replicó que estas acciones no podrían quedar sin castigo y que no podría enfrentarse a la Alianza sin el apoyo del resto de integrantes de la Horda.
La Guerra de las Espinas
Tras lo sucedido en la reunión que acabó con la muerte de Calia, Orgrimmar se llenó de espías del IV:7. Sylvanas, queriendo despistar a la Alianza, planeó una estrategia de pistas falsas y de falso enfrentamiento entre Varok y Nathanos mientras, en privado, había confesado al orco su intención de conquistar Ventormenta. El Alto Señor estaba en desacuerdo con la idea de comenzar una nueva guerra sangrienta entre la Horda y la Alianza, la cual dejaría innumerables bajas en ambos bandos, pero Sylvanas le hizo ver que, ya que ambas facciones nunca llegaban a superar sus diferencias, la única solución posible era la guerra y la destrucción de una de las facciones a manos de la otra. Por supuesto, la Horda no podría ser la derrotada en el conflicto.
Varok se mostró de acuerdo, pero no veía la forma en la que la azerita podría suplir la falta de logística tras la guerra contra la Legión Ardiente. La flota naval de la Horda estaba prácticamente destruida y el orco optaba por afianzar su influencia en Kalimdor, lo que pasaba por controlar Darnassus, aún a sabiendas del coste que podría acarrear tal acción, ya que la Alianza podría tomar represalias y afianzar su posición en los Reinos del Este.
La gran inteligencia táctica de Sylvanas le permitió idear un plan que serviría para dividir a la Alianza. Atacando la capital de los elfos de la noche, estos demandarían ayuda a Ventormenta. En caso de que Anduin enviase sus ejércitos a repeler el ataque, los huargen se sentirían menospreciados al no haber recibido ayuda de la Alianza durante la invasión de los renegados, mientras que, si la ayuda no llegaba, serían los kaldorei los que se sentirían ultrajados. Esta división provocaría que cada nación actuase por su cuenta y dejaría a Ventormenta como un blanco fácil para la Horda.
A la hora de poner en marcha el plan, Varok engañó a la Alianza haciéndole creer que se dirigía a Silithus, quienes enviaron una flota de elfos de la noche, pero la caravana del Alto Señor dio la vuelta en los Baldíos y se dirigió hacia Vallefresno para luego llegar desde ahí a Costa Oscura, donde esperaban Sylvanas y Nathanos. Los kaldorei prepararon sus defensas liderados por Malfurion, mientras que Tyrande había ido a Ventormenta para coordinar la flota enviada a Silithus. Esto hizo enfurecer a Sylvanas, que pretendía acabar con ambos líderes en el ataque a Darnassus. Mientras, las máquinas de asedio llegaron a Costa Oscura. Acababa de comenzar la Guerra de las Espinas.
La quema de Teldrassil
La idea inicial de Sylvanas era capturar Teldrassil, privando a la Alianza del puerto principal con el que transportarían la azerita, destinada a atacar Lunargenta y Entrañas, hacia los Reinos del Este. Si ocupaban Darnassus y retenían a los ciudadanos como rehenes, la Alianza no tomaría represalias por miedo a que los civiles fueran ejecutados. Para ello, debían acabar rápidamente con la resistencia, encabezada por el propio Malfurion.
Cuando Varok llegó a Vallefresno para reunirse con Sylvanas, dio comienzo la Batalla por Costa Oscura. La Horda comenzó a ganar terreno poco a poco ante la resistencia de los kaldorei, mientras Sylvanas se enfrentó hasta en dos ocasiones a Malfurion, el cual resultó esquivo.
Tras superar una barrera creada por fuegos fatuos y emboscar a los elfos de la noche por la retaguardia, Sylvanas estuvo a punto de caer a manos de Malfurion. Solo la aparición de Varok clavando su espada en la espalda del líder kaldorei evitó la muerte de la Jefa de Guerra. Sylvanas ofreció entonces al Alto Señor la oportunidad de acabar con Malfurion, dejándolos solos. Entonces Varok decidió no actuar, al considerar que esa acción no sería honorable, momento aprovechado por Tyrande para llegar y salvar a su amado.
Sylvanas enfureció al descubrir que Varok había fallado en su tarea de terminar con Malfurion y le hizo ver su torpeza al permitir que los kaldorei tuvieran una segunda oportunidad para luchar aún más motivados. La idea de la Jefa de Guerra era matar a Malfurion para desmotivar a su pueblo pero Delaryn, quien se encontraba agonizando, le dijo que aunque los mataran siempre habría esperanza. La respuesta de la Reina Alma en Pena fue asestar un golpe tan efectivo como haber matado a su propio líder. Eso solo sería posible destruyendo el hogar de los kaldorei, por lo que se dirigió a Nathanos y le ordenó utilizar las catapultas para quemar el árbol del mundo Teldrassil. La propia Delaryn fue obligada por Sylvanas a mirar mientras su hogar se quemaba
La batalla por Lordaeron
Las represalias predichas por Varok a la quema de Teldrassil no se hicieron esperar y la Alianza se presentó al completo a las puertas de Entrañas buscando venganza. Sylvanas contempló la batalla desde lo alto de las murallas y, mientras la Alianza avanzaba, tuvo que emplearse a fondo desatando sus poderes de banshee, eliminando soldados de la Alianza uno tras otro y acabando con una de sus máquinas de asedio, momento que aprovechó para insuflar de moral a su ejército con un grito de guerra de la Horda. Esto provocó que las fuerzas guarnecidas tras los muros saliesen a combatir a campo abierto, provocando el retroceso de las fuerzas de la Alianza, quienes iban perdiendo efectivos a un ritmo demasiado alto. Esto obligó a Anduin a invocar una cúpula sanadora sobre sus tropas, que propició la reanudación de la batalla.
Las máquinas de guerra potenciadas con azerita de la Horda se estaban mostrando muy útiles en combate, por lo que la Alianza centró sus esfuerzos en destruirlas. Cuando fueron neutralizadas, Sylvanas ordenó liberar el añublo sobre el campo de batalla, a lo que Varok se opuso ya que las tropas de la Horda también se verían afectadas. Finalmente, el veneno fue lanzado sobre las tropas de ambas facciones, momento que aprovechó Sylvanas para levantar a los cadáveres como esqueletos que se unieron a su ejército. Cuando la victoria parecía clara, apareció Jaina disipando el añublo y abriendo una brecha en las defensas por las que se infiltraron las tropas de la Alianza.
Varok aprovechó para recriminar a Sylvanas su actitud y que su plan estaba carente de todo honor, a lo que la Jefa de Guerra respondió que el honor no sirve de nada a los cadáveres, por lo que debía elegir si quería morir como un guerrero o morir y ser levantado para servirle de nuevo como renegado.
El Alto Señor decidió no seguir a Sylvanas, quien se adentró en la sala del trono junto a Baine y Nathanos, momento que el tauren aprovechó para poner en evidencia su malestar ante las acciones de la Jefa de Guerra y las decisiones que estaba tomando. Sylvanas invitó a sus aliados a dejarla sola mientras esperaba la llegada de la Alianza y, al poco rato, aparecieron Anduin, Genn, Jaina y Alleria, con los que se produjo un intercambio de reproches. En ese momento, Sylvanas se transformó en banshee y lanzó un grito que dejó incapacitados a los líderes de la Alianza, ascendiendo a través de un hueco en el techo hasta una nave de la Horda que sobrevolaba la zona y ordenando la detonación de unos depósitos de añublo colocados en el techo del salón del trono. Toda la antigua ciudad de Lordaeron fue cubierta de añublo, aunque los líderes de la Alianza consiguieron escapar hasta su nave gracias a un hechizo de teletransporte de Jaina. Cada una de las naves se alejaron por su lado mientras las miradas de Sylvanas y Jaina se cruzaban.
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