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Tercer extracto de la novela Shadows Rising que involucra a Nathanos

Nuevo extracto de la novela Shadows Rising que involucra a Nathanos
 

Gracias al equipo de Blizzard Watch se ha conocido un nuevo extracto de la novela Shadows Rising que involucra a Nathanos y os lo hemos traducido al Castellano.

La información que teníamos de este libro ha ido saliendo poco a poco durante estos meses.

Tuvimos unos extractos que aunque salieron en inglés, los tenemos traducidos en español.

Ambos extractos contienen spoilers, así que cuidado si no quieres adelantar información de la historia.

El libro saldrá en en Inglés el 14 de Julio y la última información que se sabe sobre su salida en Castellano es que será para finales de Octubre, aunque no conocemos oficialmente ninguna fecha concreta.

 

Nuevo extracto de la novela Shadows Rising que involucra a Nathanos

Este extracto proviene del capítulo 13 del libro y en él está involucrado Nathanos y Sira.

El extracto que os ponemos contendrá spoilers del libro, así que si no quieres conocer nada de la historia antes de tiempo, ¡no sigas leyendo!.
 

—Menudo hoyo—protestó Sira Guardaluna, sacando un pie del barro y escuchando el sonoro chapoteo —. Es una bendición que este puesto solo sea temporal.

Tras ella, Nathanos se quedó quieto, ignorando la visible nube de moscas que se congregaban alrededor de su cabeza. A menudo utilizaba una sutil colonia para camuflar el hedor de no estar ni vivo ni muerto; su ausencia, muchos la encontraban inquietante. Sira tan solo acababa de acostumbrarse al suyo propio. No se manejaba con tanta elegancia con los bichos, sin embargo; golpeándolos mientras se reunían en enjambres cada vez más espesos.

—¿Dónde están? —añadió Sira, molesta —. Paciencia, celadora, paciencia.

Tenía poca en un buen día, menos aún cuando se veía obligada a aguantar de pie sobre barro putrefacto que le cubría hasta las rodillas. Fangorrana era un recuerdo extrañamente doloroso de cuán no-muerta realmente era: aquí, la vida bramaba hacia ella en todas direcciones, desde los mojados árboles con cortinas de musgo verde, pasando por los cangrejos que chasqueaban por aquí y acullá en la costa tras ellos, hasta el ensordecedor coro de ranas e insectos que robaban cualquier oportunidad de tener un pensamiento tranquilo.

Vida. Estaba en todas partes. Vida descarada y audaz. Probablemente también oliese a verde. Al otro lado de los árboles que tenían en frente, una manada de bestias del río jadeó y resopló, con el viento arrastrando sus chillidos y el canto de los pájaros.

Era, en una palabra, repugnante.

—Nos comerán vivos — resopló Sira, aplastando una docena de insectos antes de que todas las palabras hubiesen abandonado su boca.

—Allí —Nathanos señaló hacia los mismos árboles que ocultaban a las bestias del río. Largas y chorreantes hileras de musgo hacían que la playa se sintiese claustrofóbica. Los cuatro forestales oscuros esparcidos para montar guardia aguantaban obedientemente las picaduras de los insectos y el hedor del pantano.

—¿Los ves? —preguntó Nathanos. Sira bizqueó.

—Se mueven como sombras por el suelo del bosque, y mientras sean sombras seguirán resultándonos muy útiles.

Se percató del movimiento entre las raíces altas que sobresalían de la base de los árboles. Unos trols inteligentemente manchados de barro se arrastraron hacia ellos, casi invisibles entre los arbustos y troncos caídos del pantano. Sira no discutiría su utilidad; ya habían tenido que mover el llanto del Alma en Pena fuera de las aguas profundas para evitar las mortíferas tormentas que rugían a lo largo de las costas.

—Pueden dejar de esconderse —chasqueó Sira —. Ellos solicitaron este encuentro.

—Resulta que estoy de acuerdo —con una sonrisa, Nathanos llevó los dedos a la boca y silbó, alertando a los rebeldes Zandalari de que se había percatado de su presencia. Ellos se levantaron uno por uno, su líder entre ellos, que caminó lentamente hasta su posición con una cojera pronunciada. De algún modo, a Sira le gustaba la bruja, Apari, pues ambas habían sido traicionadas por aquella única cosa que había definido siempre sus vidas.

Para Sira era la veneración de su diosa, Elune. Para Apari, era su lealtad a la corona Zandalari.

A pesar de la severidad de su herida, Apari se movía por el pantano hábilmente. Se encontraron en un claro no muy lejos de las arenas. La líder del Mordisco de Viuda llegó con su bulbosa y gruesa mascota sobre el hombro, un séquito de doce guardias, y su siempre presente teniente, el alto trol de pelo negro llamado Tayo.

Habían manchado el pelo blanco de Apari con barro para esconder su identidad. Ninguno de los trols vestía tampoco las distintivas túnicas blancas y negras de la insurrección, si no harapos anodinos y pedacitos de armadura.

Solo Apari y su guardaespaldas Tayo se separaron para hablar con ellos. La bruja trol inclinó su peso en la pierna sana y presionó la palma de su mano contra su corazón:

—Saludoh’, caballero pálido.

—Al fin —respondió Nathanos secamente —. Soy consciente de que debe de haber sido difícil, dadas tus limitaciones, pero la próxima vez espero prontitud.

Los ojos de Apari chispearon.

—No tengo limitacioneh’ de lah’ que debah’ preocuparte.

—En efecto. Al menos has entendido la importancia del secretismo. No podemos arriesgarnos a aventurarnos más tierra adentro. Si los lealistas Zandalari ponen sus ojos sobre nosotros, nuestros planes se habrán echado a perder.

La bruja rechazó con impaciencia sus palabras.

—¿Hah’ traído el pago?

—Difícilmente puedes exigir nada en tu posición —bufó Nathanos —. Pero estoy ansioso por salir de este pantano.

Se giró y le hizo un gesto a la forestal Visrynn. La forestal de cabello oscuro se acercó con un pequeño cofre esmaltado, depositándolo silenciosamente en el terreno neutral entre los trols y Clamañublo. En el barco, Sira los había visto preparar el pago, una colección de gemas, joyería, placas de collar de metal bellamente martilladas, pequeños jarrones de espíritus extraños y dagas. A Sira le había parecido ligeramente excesivo dado sus menguantes recursos, pero Nathanos había dejado claro que este era el precio a pagar por una misión exitosa.

—Pronto —le había asegurado Nathanos a bordo del Llanto del Alma en Pena, apenas hacía una hora—, allá a donde vamos, ninguna de estas pequeñeces importará lo más mínimo.

Sira apartó de un manotazo otro enjambre de insectos que zumbaban alrededor de su cabeza, mientras observaba cómo el guardaespaldas de la bruja se arrodillaba y abría el cofre con un dedo. No sonrieron. No dieron las gracias por su generosidad. No reaccionaron en absoluto. Sira se inquietó y miró a Nathanos, que reveló tan poco como la bruja de cabello ennegrecido.

—Esto no eh’ lo que quiero —Apari ladeó la cabeza, con desprecio —. Esto no eh’ lo que habíamoh’ acordado.

Aclarándose la garganta, Nathanos le indicó con calma a Visrynn que regresara. Ella lo hizo y con la misma serenidad recogió el cofre y regresó junto a sus hermanas, tras ellos.

—Insultante —murmuró Sira. Tal vez no debería haberlo hecho. Al instante, la bruja clavó en ella sus penetrantes ojos turquesa. Un instante después, Sira tuvo la sensación de que un millar de arañas se deslizaban por su espalda. Se estremeció pero se negó a apartar la mirada. “Tan solo el truco de una bruja” se dijo a sí misma, “nada más”.

—Bueno —intervino Nathanos —, esto es un mero malentendido. ¿Qué deseáis de nosotros, pues?

Apari sonrió, revelando un juego de afilados dientes amarillos, cuyos extremos ennegrecidos atestiguaban los viles y poderosos espíritus que los Zandalari destilaban en carbonizadas cubas. Cojeó hacia adelante, mirando a Nathanos de arriba abajo como si fuese un presa. Pasara lo que pasase a continuación, reflexionó Sira, Nathanos no estaría complacido.

—Tu mensajero dijo que queríaih’ matar a un loa —asintió Apari. Sus ojos se habían iluminado; la idea la excitaba claramente —. Queréih’ matar a Bwomsamdi, pero no podéih’, no sin nosotroh’. Esto que pedíh’ no eh’ algo sencillo. Debemoh’ debilitarlo primero. Loh’ creyenteh’ y loh’ tributoh’ lo mantienen fuerte, pero sin suh’ lealeh’ seguidoreh’, eh’ vulnerable. Suh’ santuarioh’ están protegidoh’ por poderosa magia, el tributo que necesito de vosotroh’ disipará esa magia.

Nathanos la apuró, revelando por fin una visible impaciencia.

—Continúa.

—Requerirá algo valioso —continuó ella. Señalando a Visrynn y el cofre, agitó su mano y se encogió de hombros —. Eso puede que sea valioso para algunoh’, pero no para mí. Debeh’ ceder algo doloroso, algo irremplazable.

—Lo que os ofrecemos debería ser más que suficiente —sentenció Nathanos, manteniéndose firme —. No estás en posición de negociar.

La bruja era sorprendentemente atrevida, tuvo que admitir Sira. Con un suspiro teatral, Apari se dio la vuelta, rehusando la ayuda de su guardaespaldas. Entonces comenzó a reunir a los miembros del Mordisco de Viuda. Al principio, Sira estuvo segura de que no era más que un farol, pero no, los trols se reagruparon y desaparecieron al cabo entre el denso follaje del pantano.

—Un momento.

Los trols se detuvieron, mirando a su líder. Apari aguardó, ofreciendo una única mirada por encima de su hombro derecho. Antes de que Nathanos pudiese ceder y rendirse a sus exigencias, Sira lo tomó por el codo, bajando la voz e inclinando la cabeza hacia él.

—Espera —murmuró la centinela oscura.

Pero Nathanos ya estaba sacando una cadena de debajo de su pesado abrigo negro, una insignia verde y dorada, deformada y desteñida por el tiempo, que colgaba del collar manchado. ¿La insignia de un oficial? ¿Un remanente de una guerra olvidada hacía mucho tiempo? Sira no estaba segura. Nathanos y Sylvanas habían servido una vez a Lunargenta; él había sido tan talentoso que lo habían elevado al rango de señor de los forestales de Los Errantes, logro del que ningún otro humano podía presumir. La Dama Oscura en persona le había concedido el ascenso; las forestales oscuras que servían a Sylvanas habían contado a menudo la historia en el mar. Parecía que Nathanos era su favorito. ¿Era esta, acaso la insignia que atestiguaba todo aquello? Aunque los ojos de Nathanos siempre pulsaban con el mismo resplandor carmesí, Sira distinguió una luz tenue por un momento, desvaneciéndose junto al viejo, inmortal recuerdo.

 —¿Qué estás haciendo? —susurró Sira —. No podemos capitular sin más ante cualquier exigencia y darnos la vuelta como perros obedientes. Pensarán que eres débil.

Ante aquello, Nathanos curvó los labios. Sus ojos brillaban ahora con una furia candente. Respiró fuerte y pareció recuperar la compostura. Su fuerza no volvería a ser cuestionada. Sira estuvo a punto de retroceder, pero él se limitó a apartar el cabello de su frente; abrasándola con la mirada.

 —Aprenderás el valor del silencio, o te lo enseñaré yo mismo —aquello pareció satisfacer su furia, y cuando volvió a mirarla fue como si no fuera más que una pústula en su pie, algo que detestaba notar pero debía.

Sira guardó un silencio indignado mientras Nathanos tiraba de la cadena alrededor de su cuello, rompiéndola. Salvó la distancia entre ellos y la bruja trol, y le tendió la insignia para que la tomase. Puede que Apari estuviese gravemente herida, pero se movió con gran rapidez; su brazo apenas un borrón cuando trató de agarrar el colgante de su palma. Nathanos, sin embargo, estaba preparado y atrapó rápidamente su mano antes de que pudiese tomar el pago.

—Esto no es una baratija, bruja. Si fracasas en la destrucción de los santuarios del loa tal y como has prometido, habrá severas consecuencias. Puede que hayas conjurado unas cuantas nubes en torno a la costa, pero un pago tan querido como este demanda resultados.

Written by Shiannas

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