Los chicos de Blizzardwatch han podido acceder en exclusiva a un nuevo extracto de la novela de Chrisitie Golden Antes de la Tormenta, el cual relata la visita de Anduin, como Sacerdote, al Templo de la Luz Abisal, sede de clase de los Sacerdotes durante Legion y donde tendrá muchas sensaciones mezcladas.
Desde WowChakra lo hemos traducido al español para vosotros.
Ver: Extracto #1 Carta de Anduin a Sylvanas
Ver: Prólogo de Antes de la Tormenta
Descripción del Libro
Azeroth se está muriendo.
La Horda y la Alianza derrotaron a la demoníaca Legión Ardiente, pero una horrible catástrofe se está desplegando profundamente bajo la superficie del mundo. Hay una herida mortal en el corazón de Azeroth, realizada por la espada del titán caído Sargeras en un acto final de crueldad.
Para Anduin Wrynn, rey de Ventormenta, y Sylvanas Brisaveloz, jefa de guerra de la Horda y reina de los Renegados, hay poco tiempo para reconstruir lo que queda y aún menos para llorar lo que se perdió. La herida devastadora de Azeroth ha revelado un misterioso material conocido como Azerita. En las manos adecuadas, esta extraña sustancia dorada es capaz de increíbles proezas de la creación; en las manos equivocadas podría provocar una destrucción impensable.
Mientras que las fuerzas de la Alianza y la Horda compiten por descubrir los secretos de la Azerita y sanar al herido mundo, Anduin promulga un plan desesperado con el objetivo de forjar una paz duradera entre ambas facciones. La Azerita pone en peligro el equilibrio de poder, por lo que Anduin debe ganarse la confianza de Sylvanas. Pero, como siempre, la Dama Oscura tiene sus propias maquinaciones.
Para que la paz sea posible, generaciones de odio y derramamiento de sangre deben llegar a su fin. Pero hay verdades que ningún bando está dispuesto a aceptar y ambiciones a las que se resisten a renunciar. A medida que la Horda y la Alianza se apropian del poder de la Azerita, su latente conflicto amenaza con reavivar una guerra total, una guerra que significaría la ruina de Azeroth.
Extracto Templo de la Luz Abisal | Antes de la Tormenta
Anduin se adentró por un portal hacia un lugar tan bonito, tan lleno de Luz, que su corazón parecía que iba a pararse de tanta alegría.
Había pasado mucho tiempo en el Exodar y se había acostumbrado a la dulce luz morada y a la sensación de paz que cubría el lugar. Pero esto… esto recordaba a el Exodar pero con un toque distinto.
Las masivas estatuas de draeneis deberían haber sido intimidantes, elevándose sobre los visitantes. En su lugar, parecían presencias protectoras, benevolentes. La melodía del agua fluyendo venía de ambos lados de la rampa por la que Anduin descendía; destellos de luz flotaron gentilmente, como si fuesen creadas por las suaves salpicaduras.
Anduin respiró profundamente el dulce y limpio aire de tal modo que parecía que nunca antes hubiera abierto sus pulmones. Más adelante, al final de la larga pero gentil pendiente, había una congregación de personas. Sabía quienes eran, o más bien que representaban, y el conocimiento le llenó de tranquilidad.
Velen puso su mano en el hombro del rey, como había hecho muchas veces en los últimos años, y sonrió.
“Sí”, afirmó, imaginando la pregunta sin realizar de Anduin. “Están todos aquí”.
“Cuando dijiste Sacerdotes”, dijo Anduin “Pensé que te referías a…”
“Sacerdotes como nosotros”, terminó Moira. Se expresó a varios individuos que había alrededor. Entre ellos Anduin vio no solo humanos, gnomos, enanos, draenei y huargen -aquellos que estarían en casa, en la Catedral de la Luz de Ventormenta – sino también elfos de la noche, quienes adoraban a su diosa luna, Elune; taurens, que seguían a su dios sol, An’she; y…
“Renegados”, susurró a la vez que se le ponían los pelos de punta.
Uno de ellos hablaba tranquilamente con un draenei y un enano. Había otro grupo dirigiéndose a una de los comedores, llevando consigo lo que sin duda serían tomos antiguos. Este grupo estaba formado por renegados, elfos de la noche y huargen.
Se había quedado sin palabras. Anduin se encontró perplejo, sin atreverse a pestañear por miedo a que fuera todo un sueño. En Azeroth, estos grupos se estarían matando entre ellos -o, al menos, no confiarían los unos en los otros. El sonido musical de una risa de un elfo de la noche le sacó del trance.
Velen parecía ajeno y feliz, pero Moira le observó. “¿Estás bien Anduin?”
Asintió. “Sí”, dijo con voz ronca. “Puedo afirmar que nunca he estado mejor. Esto… todo esto…” Se sacudió la cabeza, sonriendo. “Es lo que he soñado ver toda mi vida”.
“Somos Sacerdotes por encima de todo” dijo una voz. Era una voz masculina, cálida y joven, aunque tenía un timbre peculiar. Anduin se giró, esperando ver un sacerdote de la Luz humano.
Se encontró cara a cara con un renegado.
Anduin, educado desde niño para no expresar sus emociones, esperaba haberse recuperado lo suficientemente rápido, pero por dentro se estaba tambaleando. “Eso parece” dijo, con una voz que revelaba su asombro. “Y me alegro por ello”.
“Su majestad”, dijo Velen, “os presento al arzobispo Alonsus Faol”.
Los ojos del renegado brillaban con un color amarillo espeluznante. Parecía imposible que pudieran parpadear como los de un humano vivo, pero de algún modo lo hicieron.
“No te inquietes por no reconocerme”, dijo el arzobispo. “Reconozco que no me parezco a mi retrato”. Levantó una huesuda mano y se acarició la barbilla. “He perdido mi barba, como puedes ver. Y he adelgazado un poco también”.
Sí, definitivamente esos ojos no-muertos estaban parpadeando.
Anduin abandonó toda esperanza de comportarse de una forma real en esta situación. Somos sacerdotes por encima de todo, le había dicho el no-muerto; y había descubierto que era un alivio dejar a un lado el manto de la realeza, aunque fuera por un momento. Sonrió y se inclinó.
“Eres un hombre fuera de la historia, señor” le dijo Anduin al arzobispo con una voz de asombro. “Fundaste la orden de los paladines – la Mano de Plata. Uther el Iluminado fue tu primer aprendiz. Ventormenta no estaría dónde está si no fuera por tus esfuerzos. Decir que es un honor conocerte no se acerca a la verdad. Fuiste… eres uno de mis héroes”.
Anduin estaba diciendo la verdad. Había leído todos los libros sobre el gran padre de todos los sacerdotes. Los libros describían a un hombre capaz de reír con una voluntad tan dura como la roca. Los historiadores, normalmente conformes con detallar los hechos más secos, se habían extendido con el entusiasmo y amabilidad de Faol. Los retratos mostraban a un hombre de estatura baja pero fuerte con una tupida barba blanca. El no-muerto que se encontraba delante del rey de Ventormenta era más bajo que la media, pero por lo demás no tenía ningún parecido. La barba se había ido. ¿Cortada? ¿Descompuesta? El pelo era negro con sangre reseca. Faol había muerto cuando Anduin era aún un niño, y nunca lo había conocido.
Faol suspiró. “Hice todo eso que has dicho, cierto. También he sido un sirviente descerebrado de la Plaga”. Levantó sus huesudas manos, apuntando el glorioso templo y a aquellos que lo visitaban. “Pero aquí lo único que importa es que soy, por delante de todo, un sacerdote”.
“Llevo un tiempo trabajando con el arzobispo” dijo Moira. “Me ha estado ayudando a mí y a los Hierro Negro a encontrar sacerdotes para el templo. Tuvimos que hacerlo para enfrentarnos a la Legión. Pero incluso ahora, que la crisis ha pasado, sigo viniendo aquí. El arzobispo es una buena compañía. Considerando que es, después de todo… ya sabes.” Hizo una pausa. “Un hombre sin barba”.
Anduin se rio. Sintió una cálida y familiar bienvenida en su pecho al mirar a su alrededor, intentando evaluar el lugar. ¿Podría ser un modelo para el futuro? Desde luego, si taurens y gnomos, humanos y elfos de sangre, enanos y no-muertos, pueden juntarse por el bien común, esto podía recrearse a gran escala en Azeroth.
El problema era que los sacerdotes, al menos, tenían un punto en común en el que todos coincidían, aunque todos interpretaran la Luz de formas distintas.
“Hay una persona en particular que creo que querrás conocer” le dijo Faol a Anduin. “Ella también es de Lordaeron. Pero no temas, todavía respira, a pesar de todos los peligros a los que se ha enfrentado con coraje y la ayuda de la Luz. Ven aquí, querida”. Su voz se hizo más cariñosa cuando se dirigía a una mujer rubia sonriente. Ella dio un paso al frente, tomando sin dudarlo la mano disecada del arzobispo, y luego se dirigió a Anduin”.
“Saludos, majestad” dijo. Ella era, por lo que Anduin dedujo, un poco más mayor que Jaina, también más alta y con un cabello rubio oro y ojos azul verdoso. De algún modo, esta mujer parecía familiar, aunque Anduin estaba seguro que nunca la había visto antes. “Por favor, permíteme presentarte mis condolencias por la muerte de tu padre. Ventormenta y la Alianza perdieron a un gran hombre. Tu familia siempre se ha portado bien con la mía y me arrepiento de no haber podido presentar mis respetos”.
“Gracias” dijo Anduin. El rey seguía intentando ubicarla, sin éxito. “Tendrás que perdonarme, pero… ¿Nos conocemos?”
La mujer sonrió un poco. “No, no nos conocemos” dijo, “pero probablemente has visto una semejanza en algún cuadro. Verás…soy Calia Menethil. Arthas era mi hermano”.