Durante su estancia en Orgrimmar desempeñando su papel de consejero de guerra, Garrosh tuvo un encuentro con Krenna, una orca que culpó a su padre Gromm de la maldición de sangre de la Horda, y puso en duda la capacidad de mando de Thrall. La vida en Durotar era dura, su pueblo se moría de sangre, el Jefe de Guerra prohibía que su pueblo se estableciese en Vallefresno, una tierra llena de recursos, y por si fuera poco, permitía que esos insidiosos elfos de la noche se internaran cada vez más en sus propios dominios. Garrosh, fiel a Thrall y a su manera de comandar la Horda, la acusó de traición y amenazó a Krenna con atacarla si continuaba hablando en esos términos de su Jefe de Guerra. Afortunadamente, antes de que se levaran las armas, intervino Gorgonna, hermana de Kresha, y obligó a ésta última a irse. Gorgonna pidió disculpas a Garrosh por la actitud de su hermana, pero le confesó al consejero de guerra que no entendía por qué vivir en Durotar parecía una forma de castigo para la raza orca, por sus crímenes en la Primera Guerra. Quizá lo mereciesen los padres, ¿pero por qué los niños tenían que sufrir en esas condiciones vitales el error de sus antepasados? ¿Y por qué Thrall no hacía nada al respecto? Entonces le mostró a Garrosh su piel verde, en contraste con la suya marrón, y le dijo que él no debía pagar por ningún castigo, porque él no era como el resto de orcos, que habían sido afectados por la sangre de demonio.
En ese momento, Garrosh sufrió una revelación. ¿Por qué razón Thrall obligaba a su pueblo a las miserias e inmundicias que les provocaba Durotar en vez de extender su dominio a zonas más fértiles, por el bien de su pueblo? El consejero de guerra quedó decepcionado por la pasividad del Jefe de Guerra frente a problemas como la Alianza o la Plaga. No podía soportar ver a los orcos divididos para ayudar a las otras razas de la Horda, y observar cómo la Plaga hacía añicos sus alimentos y sus fuerzas solamente por la negativa de Thrall a dar rienda suelta a todo el poder de la Horda. En ese momento, Garrosh abrazó con determinación el pensamiento que le cambiaría la vida: iba a proteger Orgrimmar y a los orcos a toda costa, incluso si eso significaba dejar a Thrall fuera de juego.
Tiempo después, Garrosh acudió junto a Thrall a una reunión compuesta por Rehgar, Varok Colmillosauro, el Gran Boticario Putress de los Renegados y la misma Reina Alma En Pena en sí misma, Sylvanas Brisaveloz, para discutir los próximos movimientos contra La Plaga, que en los últimos meses se estaba haciendo más activa y peligrosa. Desde un inicio, Grito Infernal planteó la posibilidad de llevar el ejército de la Horda a Rasganorte y enfrentar a la Plaga desde su terreno, haciendo patente su intención de conquistar todo Azeroth para la Horda. Thrall, después de consultar a los espíritus elementales y bajo el consejo de Varok, acostumbrado a lidiar con el continente helado, se mostró favorable a enviar una avanzadilla primero, antes de dirigir el grueso de todas sus tropas. Además, el Jefe de Guerra aconsejó a Garrosh que no debía cometer de nuevo el error de su padre. Percibiendo esto como un insulto, Garrosh retó a Thrall al Círculo del Valor, para solventar este agravio a través de las armas.
Fue un combate muy igualado, pero justo cuando Garrosh provocaba a Thrall para que cometiese un error del que se pudiera aprovechar, un mensajero del Rey Exánime se adentró en la Arena y amenazó con la destrucción de Orgrimmar. Inmediatamente, la ciudad estaba asediada por abominaciones, caballeros de la muerte, y una multitud de no-muertos. Tanto Thrall como Garrosh pospusieron su combate y se dedicaron a la defensa de la ciudad, apoyados por algunos héroes, Putress, Sylvanas y Varok. Cuando el asedio estuvo controlado, Garrosh insistió en que debía ser él el que liderase la avanzadilla de la Horda. Thrall, esta vez, se mostró de acuerdo. En ese instante, comenzó la leyenda del hijo de Gromm Grito Infernal.
Garrosh viajó con celeridad a Rasganorte, en calidad de su nuevo título, Señor Supremo de la Ofensiva Grito de Guerra, el ejército más numeroso de la Expedición de la Horda en el continente helado. Se estableció en Tundra Boreal y erigió el Bastión Grito de Guerra para usarlo de campamento base. Garrosh mostró, durante su estancia en el Bastión, una actitud hastiada y obstinada, descuidando incluso, en ciertos momentos, su labor de comandante. Varok Colmillosauro, que viajó con él como su consejero, le aconsejaba templanza y más frialdad en sus decisiones, temiendo que se repitiera en él la funesta historia de su padre. La relación entre el anciano orco y el Señor Supremo siempre fue muy tensa, pero pese a todo, Garrosh siempre mostró un gran respeto por Varok durante todo su mandato, incluso cuando le advirtió que si no cesaban sus acciones hostiles contra la Alianza, le mataría él mismo. Sin embargo, Garrosh desoyó las amenazas de su consejero de manera absoluta, y hostigaba continuamente a la Alianza en refriegas constantes, prácticamente olvidándose del verdadero enemigo: la Plaga. Y el precio que pagó Garrosh por su descuido fue elevado. Un ataque desproporcionado de los no-muertos a su Bastión Grito de Guerra, enviado por Kel’thuzad. La ofensiva contra la necrópolis del Lich, Naxxramas, no se hizo esperar, y Garrosh comandó a un grupo de héroes para ocuparse de él. Pero ese no era el único enemigo que le esperaba en Rasganorte. En lo más profundo de Ulduar, una de las bases de los Titanes en Azeroth, moraba un antiguo mal: Yogg-Saron.
Cuando Thrall y Garrosh acudieron a la llamada de Rhonin, líder del KirinTor, en Dalaran, para advertirles de su nuevo enemigo, se produjo un fuerte enfrentamiento entre Garrosh y VarianWrynn. El rey humano, que también había sido convocado, al ver allí a Grito Infernal, se mostró receloso cuando el mago les instó a que Horda y Alianza trabajaran juntos para aplacar al Dios Antiguo. La respuesta de Garrosh no se hizo esperar, y reprobó la respuesta positiva de Thrall, acusándolo de trabajar con cobardes. Varian montó en cólera por el agravio, y de no ser por la rápida intervención de Rhonin, el asunto podría haber terminado en un derramamiento de sangre. Thrall quedó muy decepcionado con el comportamiento de Garrosh, y así se lo hizo saber, pero el odio que alojaba en su corazón era mayor que su capacidad de razonamiento.
Finalmente, cuando la batalla llegó por fin a la Ciudadela de la Corona de Hielo, para derrotar a Arthas, el Rey Exánime, Garrosh comandó personalmente tropas de asalto para alcanzar el Trono Helado. Con el Rey Exánime muerto, Garrosh se estableció en el Bastión Grito de Guerra mientras esperaba al siguiente desafío. Y ese desafío no tardó en llegar.
Con el regreso de Alamuerte a la faz de Azeroth y el Cataclismo que le sucedió, Thrall se vio obligado a unirse al Anillo de Tierra en su campaña de recuperación del Pilar de la Tierra, siendo como es el chamán más poderoso del mundo. De modo que no podía atender a sus obligaciones como Jefe de Guerra y sus deberes como chamán. Por tanto, nombró a Garrosh nuevo Jefe de Guerra de la Horda.
Esta decisión no cayó en gracia en todos los líderes de la gloria. El primero en rechazar el nombramiento fue Vol’jin, Líder de los Trolls, y como consecuencia de eso a punto estuvieron de perder la vida ambos en un combate a muerte. Vol’jin y toda su tribu Lanza Negra se planteó el hecho de abandonar la Horda, pero Thrall le convenció de que no era lo correcto, y le explicó que había elegido a Garrosh porque era el líder con fuerza que necesitaba la Horda en este momento, para guiar a sus pueblos a través de los estragos del Cataclismo. Así que no abandonaron la Horda, pero se retiraron de Orgrimmar hasta su reconquistado hogar en las Islas del Eco.
Por otro lado, Cairne fue informado por el Archidruida Hamuul Runa Tótem de un supuesto sabotaje por parte de Garrosh a una negociación pacífica entre druidas de ambas facciones sobre el aprovechamiento de los recursos de Vallefresno. Los atacantes, que realmente eran miembros del Martillo Crepuscular, asesinaron a varios druidas del cónclave. Enfurecido, el Jefe Tauren viajó a Orgrimmar para encararse al nuevo Jefe de Guerra de la Horda, protagonizando una fuerte disputa con él, en el que le achacó errores de su pasado, como el ataque al Bastión Grito de Guerra en Rasganorte. Para zanjar la discusión, Garrosh retó a Cairne a un duelo a muerte, en el que el Jefe de Guerra resultó vencedor… Aunque no por sus propios medios. Antes del duelo, Magatha Tótem Siniestro, la líder del clan Totem Siniestro, enemigos de los tauren de Cima de Trueno, envenenó secretamente el arma de Garrosh, sin que este lo supiese, lo cual provocó que Cairne se debilitara progresivamente hasta que Garrosh pudo acabar con él. Al saber de esa traición, Grito Infernal desterró a Magatha y a todo su Clan de las tierras de la Horda, y les impuso cualquier castigo que la Madre Tierra quisiera ponerle. Incluso se negó a prestarle ayuda para defender Cima de Trueno de las fuerzas de Baine Pezuña de Sangre, el hijo de Cairne, ya que la ciudad había caído en manos de los Tótem Siniestro mientras se desarrollaba el duelo en Orgrimmar.
Sylvanas Brisaveloz tampoco estuvo de acuerdo con el nombramiento de Garrosh, al que definió como un “bufón con cabeza de ogro”. Siempre a sus espaldas, claro. Jastor Gallywix, líder de los recién llegados a la Horda goblins del Cártel Pantoque, se mostró encantado con el nuevo Jefe de Guerra. Al fin y al cabo, tampoco había conocido al anterior. De Lor’themar Theron, el líder de los elfos de sangre, poco se supo. Aunque sí que es cierto que teniendo en cuenta el desarrollo de las cosas en años posteriores, no parece que haya apoyado el nombramiento de Garrosh con mucho entusiasmo.
Tras el Cataclismo, el nuevo Jefe de Guerra quiso asegurar Orgrimmar con nuevas estructuras defensivas, para estar bien protegidos en caso de que Alamuerte soltara un ataque directo a su ciudad, pero la escasez de madera en Durotar complicó sus planes. Pero enseguida ideó una estrategia para solucionar sus problemas. Vallefresno estaba al lado de Durotar y contaba con gran cantidad de bosque para arrasar en su propio beneficio. Poco le importaron las atalayas defensivas de los elfos de la noche por toda la zona. Gracias a varios magnatauros y protodracos que se había traído de Rasganorte, conquistar la Avanzada Ala de Plata fue prácticamente un juego de niños.
La represalia de Tyrande Susurravientos, líder de los elfos de la noche, no se hizo esperar, y caminó personalmente contra la antigua base kaldorei acompañada de un grupo de sus mejores centinelas. Sin embargo, los magnatauros de Garrosh resultaron un hueso demasiado duro de roer para los elfos de la noche, y la propia Tyrande resultó malherida por las flechas orcas. Pero Garrosh no pudo prever los últimos refuerzos en la contienda: los recién aceptados en la Alianza huargen liderados por su rey Genn Cringris y el propio Varian Wrynn, que gracias a su agilidad nata masacraron a los magnatauros. El enfrentamiento entre Varian y Garrosh era inevitable. Pese a que el Jefe de Guerra demostró su habitual fuerza de combate, Varian contaba con un aguante y espíritu nunca antes visto, hiriendo terriblemente a Garrosh. Sólo un magnatauro caído entre ambos contendientes salvó al orco de la muerte. La guardia Kor’kron pudo sacar a su malherido Jefe de Guerra del campo de batalla, muy a pesar de Garrosh, que antes de ser arrastrado por sus soldados juró matar a Varian con sus propias manos.
A su vuelta a Orgrimmar, las decisiones del nuevo Jefe de Guerra pronto demostraron que sus acciones iban a ser más beligerantes y agresivas que las perpetradas por Thrall. Con los goblins del Cártel Pantoque de su lado, desarrolló una tecnología bélica comparable a la de los gnomos de Mekkatorque, y permitió la invasión de Gilneas comandada por Sylvanas. Sin embargo, la derrota de los Renegados en el antiguo reino humano le obligó a desplegar sus tropas de apoyo en los Reinos del Este para evitar perder el Bosque de Argénteos. Además, vio la capacidad destructiva de la Nueva Plaga desarrollada por los boticarios de la Reina Alma En Pena y los poderes nigrománticos de las nuevas aliadas de Sylvanas, las val’kyr que antes pertenecían a Arthas, que permitieron a los Renegados una fuente de nueva no-vida a los cada vez más reducidos Renegados. Sin embargo, el Jefe de Guerra no permitió los usos de esa oscura magia y redujo a cenizas las esperanzas de perpetuación de la raza de Sylvanas. Por si fuera poco, reclamó la cabeza de Durak por sus experimentos con magia vil en Vallefresno.
Las nuevas y drásticas medidas de Garrosh le convirtieron en poco tiempo en un líder tan fuerte como temible… Pero no así respetado. Los líderes de las otras razas tuvieron que soportar ver cómo el nuevo Jefe de Guerra desvirtuaba los principios básicos de la Horda fundada por Thrall. Ensalzaba el poder de la raza orca por encima del resto, y cada vez más miembros del resto de estirpes abandonaban Orgrimmar para siempre.
Cuando el poder del Martillo Crepuscular se hizo patente en las Tierras Crepusculares, Garrosh marchó con una flota de zeppelines sobre el territorio. Mientras lanzaba un discurso de ánimo a sus tropas, naves voladoras de la Alianza aparecieron en el frente. El Jefe de Guerra no dudó y se dispuso a hacerles frente. Pero no pudo comenzar la ofensiva, ya que Alamuerte, acompañado por sus dragones crepusculares lanzaron un ataque por la retaguardia y hundieron su nave en el océano, dejando a Garrosh fuera de combate.
El resto de fuerzas de la Horda pudieron tomar tierra, y ayudados por los orcos del clan Faucedraco pudieron hacer frente a la Alianza en la costa. Asimismo, derrocaron el mandato del jefe del clan Mor’ghor, un orco vil influenciado por los demonios, y a la vuelta de Garrosh, que había sobrevivido al naufragio, aceptó a Zaela, la iniciadora de la rebelión, y a los que quisieron seguirla como miembros de pleno derecho de la Horda. Con su nuevo emplazamiento en el eje del conflicto contra Alamuerte, la derrota del Martillo Crepuscular y el antiguo Dragón Aspecto fue inminente.
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