¿Te gustaría contarnos historias de World of Warcraft? ¡Ahora puedes con los relatos de la comunidad! Hoy Elein nos trae en forma de relato los acontecimientos dentro del juego de World of Warcraft con respecto a la banda de Ciudadela de la Corona de Hielo. Os dejamos su sinopsis:
Comandados por Tirion Vadín, los valientes de Azeroth se disponen a plantar a cara a Arthas para hacerle pagar por sus crímenes. Enemigos temibles les esperarán en el interior de la fortaleza helada. ¿Serán capaces de derrotarlos y así llegar frente al Caballero de la Muerte? Versión novelizada de los eventos sucedidos dentro de la banda de Ciudadela de la Corona de Hielo, última banda de la expansión Wrath of the Lich King, versión Alianza.
Descargo de la autora: World of Warcraft es propiedad de Blizzard Entertainment. Relato la trama acontecida en el juego por afición y sin ánimo de lucro.
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Prólogo: A las puertas de la Ciudadela
Diez años habían transcurrido desde que Arthas, coronado como el único y legítimo Rey Exánime, depositó su cuerpo sobre el Trono Helado, intentando así recuperar lentamente sus fuerzas mientras meditaba sobre su inminente despertar, el resurgir de un imperio comandado por la Plaga.
Rasganorte… No. El mundo entero sería suyo. Azeroth le rendiría cuentas por su rebeldía, todos sus habitantes se doblegarían ante su inconmensurable poder y rogarían clemencia ante el filo de su hojarruna maldita.
El día el despertar del Rey Exánime llegó y este caballero de la muerte, antaño ferviente y leal paladín de Lordaeron, provocó al fin su ansiada oleada de destrucción y muerte. Tras numerosas contiendas y largas jornadas de resistencia, donde muchos valientes cayeron ante las aberraciones putrefactas que Arthas había convocado, y también ante la insaciable sed de almas de la Agonía de Escarcha, esa hojarruna maldita que había consumido su alma y subyugado su voluntad; había llegado la hora de su final.
Tras los funestos acontecimientos frente a la Puerta de Cólera, Horda y Alianza habían perdido a muchos de sus valientes, a muchos de sus mejores guerreros. Aquella traición urdida por una parte de los Renegados les había costado cara a ambas facciones. Y ello les había llevado a desconfiar unos de otros de nuevo, impidiendo que la unión de ambos bandos les otorgara una mínima oportunidad para acabar con Arthas, el Rey Exánime, de una vez por todas.
Pero poco importaba. Con la Horda o sin ella, la Alianza plantaría cara al despiadado Caballero de la Muerte. La Cruzada Argenta, organización surgida de la unión del Alba Argenta y los Caballeros de la Mano de Plata, aguardaba frente a las puertas de la Ciudadela de Corona de Hielo. Valientes llegados de todos los rincones del mundo se hallaban congregados allí, luchando por el utópico y noble ideal de liberar al mundo de la tiranía de Arthas. Comandados por el gran general Tirion Vadín, fundador de la Cruzada Argenta, aguardaban órdenes intentando que la desalentadora realidad no hiciera mella en sus corazones.
El pálido emblema de la Cruzada Argenta ondeaba en aquel territorio helado y carente de piedad. El aullido del dolor y el miedo resonaban entre las montañas en aquella impresionante fortaleza edificada sobre la abrupta cordillera. El viento tañía con un quejido lastimero y la bruma gélida hacía vacilar a los más inexpertos. Pero el viento pareció detenerse ante la voz de Tirion, escuchando con respeto a este noble paladín.
Ataviado con una ostentosa y brillante armadura, a lomos de su caballo y portando el estandarte refulgente de la Cruzada Argenta, elevó su voz entre los presentes.
—¡Alzaos, Cruzados Argenta! ¡Es hora de hacer justicia! —enardeció fervientemente a sus soldados mientras señalaba la puerta de la Ciudadela con su legendaria espada, la Crematoria.
Un grito ensordecedor proveniente de los guerreros inundó el preludio de aquel escenario de batalla. Los soldados entrechocaron sus escudos, sus espadas, sus hachas, sus lanzas. Sacerdotes, druidas, magos, brujos, guerreros, chamanes, cazadores, pícaros y paladines se hallaban también allí en la multitud, dispuestos a emplear sus habilidades para ayudar a los cruzados.
En el interior de la fortaleza helada se encontraba Arthas, protegido de aquella masa ensordecedora que ansiaba verlo caer. Pobres ilusos.
Se acercó al epicentro de la sala, donde la Agonía de Escarcha levitaba, imponente y regia, envuelta en esa aura de maldad que la caracterizaba. Las runas grabadas en su hoja relucían con más fuerza, las almas encerradas en su interior gritaban por su sufrimiento, reclamando venganza por sus asesinatos. Arthas no temía a aquellas voces del pasado, se reía de su desdichado porvenir provocado por su insaciable malicia. Hasta que una de ellas se materializó ante su presencia. La primera víctima de la hojarruna maldita.
Terenas, el rey de Lordaeron. Su padre.
—¿Puedes sentirlo, hijo mío, cerniéndose sobre ti? —declaró Terenas inundando el ambiente con su voz espectral. Su figura traslúcida se materializó ante Arthas. Un rostro sereno, con un atisbo de tristeza, se dibujó en su semblante—. La justicia de la Luz ha despertado, los pecados del pasado te han alcanzado al fin.
Una multitud apareció alrededor de Arthas. Las almas atrapadas en la hojarruna maldita se materializaron en la periferia de la sala. Un séquito fantasmal y silencioso. Un funeral del pasado. Pero a Arthas poco le importó observar la huella de sus incontables víctimas. Permaneció erguido y desafiante ante su padre, que continuaba amenazándole.
—Tendrás que rendir cuentas por las atrocidades que has cometido, los terribles horrores que has liberado en este mundo, los oscuros y antiguos poderes que has esclavizado.
Arthas sonrió recordando todos y cada uno de los generales que custodiaban su fortaleza, las terribles monstruosidades que había creado con su poder y a las que había manipulado para conseguir su obediencia. Nadie podría derrotar a su ejército maldito. El rey Terenas obvió aquella malévola sonrisa y continuó su exhortación, recordando con pesar su asesinato, a manos de su primogénito.
—Aunque mi alma fue la primera en ser devorada por tu maldad, miles más se hallan encerradas en esta hoja, ¡y gritan por su liberación!
En aquel momento Arthas pudo escuchar el eco de los soldados que se apostaban a las puertas de su fortaleza, mientras intentaban derribar sus muros por medio de hechizos y golpes de ariete. Terenas también era consciente de lo que ocurría a sus puertas, y aprovechó para recordárselo.
—Observa tus defensas ahora, hijo mío. ¡Los campeones de la justicia se reúnen a tus puertas!
Una vorágine se almas se desató frente al Rey Exánime. Sus súplicas parecían ser al fin escuchadas. Una oleada nacarada rodeó al despiadado regente, que no se amedrentó ante las amenazas.
—Que vengan. —Y su voz reverberó en la sala. Tomó la hojarruna en sus manos y la empuñó con fuerza. La espada maldita silbó al aire—. La Agonía de Escarcha está hambrienta.
Y su risa se perdió en el eco de su gélido castillo, mientras la multitud derribaba sus defensas en la entrada.