En esta nueva Biografía de Azeroth de esta semana, os contamos la historia de la Reina Azshara.
Biografía de la Reina Azshara
Infancia y juventud
Al igual que Illidan, Azshara nació con los ojos dorados, una cualidad que los elfos de la noche asocian a un destino de grandeza, y fue considerada como la elfa de la noche más hermosa, lo que despertaba la admiración de todo su pueblo y la convirtió en la monarca más querida de la historia de los kaldorei. Desde muy joven comenzó a mostrar una voluntad férrea y manipuladora, cualidades que acompañaba del mayor talento para la magia, superior al de cualquier elfo nocturno. Dicho talento despertó en ella una fascinación por el Pozo de la Eternidad y por las energías que de él emanaban.
La ceremonia de coronación
Como única heredera al trono, su ceremonia de coronación se prolongó durante varios días, mientras los nobles altonato le entregaban presentes para ganarse su favor. Uno de estos presentes fue especialmente apreciado por Azshara. Lord Xavius, un elfo de la noche, regaló a la nueva reina un cetro enjoyado grabado con sigilos mágicos, el cual le traería prosperidad y gran poder mientras lo mantuviese cerca.
Azshara observó el cetro, lo sostuvo en alto y vio el fulgor de sus joyas a la luz de las lunas, semejando estrellas rutilantes. Muchos altonato comenzaron a llorar por la belleza de la imagen de su reina con el cetro en alto. Una de las primeras cosas que hizo Azshara con el regalo de Lord Xavius, fue aumentar su, ya prominente, belleza. Con el paso de los años, la reina parecía cada vez más joven y bella, con un aura brillante que cautivaba a quienes la miraban y que los altonato asociaban a una señal de divinidad.
El origen de Zin-Azshari
Tras ser coronada como reina, Azshara decidió dedicarse por completo a sus intereses y ordenó la construcción de un palacio a orillas del Pozo de la Eternidad. Dicho palacio estaría engarzado con todo tipo de joyas y su belleza debería ser digna de la propia reina. Además, los altonato propusieron cambiar el nombre de la capital de los elfos de la noche en su honor, buscando su agrado. Se produjo un acalorado debate y, al final, Azshara aceptó el nombre de Zin-Azshari, cuyo significado es “gloria de Azshara”. Una vez elegido el nombre, se produjo una celebración por todo lo alto.
Mientras los altonato aumentaban sin límite el amor que sentían hacia su reina, ella iba disminuyendo su confianza en los decadentes nobles. Tal era la adoración que le profesaban, que los altonato no veían a su reina como una de ellos, sino como una deidad. Sin embargo, ella solo correspondía a aquellos que pertenecían a su élite de nobles corruptos, los cuales eran odiados por el resto del pueblo kaldorei. Tan pronto el nuevo palacio estuvo terminado, Azshara y su corte se trasladaron a su nueva residencia.
Fascinación por el Pozo
La fascinación que Azshara sentía por el Pozo de la Eternidad quedó patente cuando ordenó a sus nobles que, junto a las sacerdotisas kaldorei, investigasen los poderes que emanaban del lugar. El resultado de las investigaciones mostró la posibilidad de manipular las energías cósmicas que fluían desde sus aguas y Azshara sería la más indicada para esa tarea, pues su maestría con la magia no tenía límites.
Mientras trabajaba con las aguas del Pozo de la Eternidad, una gota de sus aguas imbuyó su cetro enjoyado, lo que le proporcionó la habilidad de dominar ríos, mares, criaturas acuáticas y las energías vitales del interior de la propia Azshara. Gracias a estos nuevos poderes, bautizó su cetro con un nombre acorde a las cualidades que mostraba: Sharas’dal, Cetro de las Mareas.
Varios altonato se dedicaron a estudiar las aguas del pozo, lo que fue acrecentando su obsesión, aumentando considerablemente la cantidad de magia que consumían de sus aguas. Esto les permitió aumentar mucho el poder de sus hechizos, que cada vez era más y más poderosos. Esta situación provocó la entrada del Pozo en una fase en la que aparecían oscuras tormentas en su superficie y las aguas cambiaban de color hasta convertirse en un líquido negro.
Auge del imperio
Poco a poco el imperio iba creciendo y Zin-Azshari se empezaba a quedar pequeña, por lo que Azshara decidió que era el momento de enviar exploradores a todos los rincones del mundo con el fin de expandir las fronteras del reino. Así se fueron creando unas avanzadas en Shandaral, Then’ralore, y Eldre’thalas.
La propia reina fue la encargada de supervisar la construcción de Lathar’lazal, un templo dedicado a Elune en el borde oeste de Kalimdor. Mientras los constructores iban levantando el templo, Azshara utilizó su cetro para moldear las aguas a su alrededor, obligando a ríos y mares a seguir sus órdenes. Con un simple gesto, las aguas saladas del océano y las dulces de los ríos, fueron divididas en grandes lagos que sirvieron para consolidar los sólidos cimientos de Lathar’lazal. Incluso las criaturas que vivían en estas aguas estaban a la completa disposición de los deseos de la reina. Cuando recorría los hermosos puentes de Lathar’lazal, varios bancos de peces exóticos la seguían en coloridas formaciones. Incluso un colosal gigante de mar, que permanecía vinculado a uno de los lagos, servía de entretenimiento para Azshara. Con su cetro le obligaba a hacer todo tipo de piruetas y demostraciones de fuerza, cosa que agradaba a los altonato que se paraban a observar. Elfos nocturnos llegados de todos los rincones se acercaban a Lathar’lazal para conocer a la nueva mascota de la reina.
De todos los rincones de Kalimdor, había uno que los exploradores tenían prohibido pisar: el Monte Hyjal, la sagrada montaña de los Dioses Salvajes. Azshara se sentía inquieta por la naturaleza y el carácter indomable de estos seres, por lo que prohibió tajantemente el acceso a ese lugar, usando el pretexto del respeto que sentían los kaldorei a los bosques y sus habitantes. Sin embargo, la realidad es que la reina despreciaba la montaña y su armonía.
No todo era prosperidad en el imperio kaldorei, ya que Azshara se vio obligada a lidiar con las incursiones de los zandalari. Si bien los veía como criaturas primitivas y su imperio arcano nunca fue amenazado realmente, la reina llegó a un acuerdo con ellos, permitiéndoles habitar las montañas sagradas de Zandalar que se situaban al sur del Pozo de la Eternidad a cambio de cesar sus incursiones en territorio kaldorei.
El engaño de Sargeras
Lord Xavius, el consejero de mayor confianza de la reina, se acercó un día y le propuso la posibilidad de utilizar el inmenso poder del Pozo de la Eternidad para purgar el mundo de impurezas y convertirlo en un lugar idílico. La idea agradó enormemente a Azshara, quien ordenó comenzar los preparativos para poner todo en marcha y comenzar a drenar el poder del Pozo y utilizarlo según el plan convenido con su consejero.
La gran cantidad de energía utilizada durante el proceso atrajo la atención interesada de un Sargeras que seguía tratando de desplazar a sus huestes demoníacas a Azeroth, por lo que contactó con Xavius y lo sometió a su poder. Gracias a la intervención del consejero, Sargeras pudo engañar a Azshara y hacerle creer que su deseo era limpiar el mundo de razas inferiores. Para ello debía construir un portal, alimentado por las aguas del Pozo, que serviría para iniciar la invasión de Azeroth. El inmenso poder de Sargeras seducía a Azshara y a sus altonato.
La primera incursión de los ejércitos de la Legión Ardiente se produjo en el propio palacio de Zin-Azshari, masacrando a todos los elfos nocturnos que se encontraron, a excepción de los altonato. Hakkar y Mannoroth lideraban el ejército invasor y su siguiente objetivo fue Suramar, la segunda ciudad más poblada de los kaldorei. Los altonato permanecían impasibles en lo alto de las murallas mientras miles de elfos, lanzando gritos de socorro a su reina, eran masacrados y Azshara reía ante el sanguinario espectáculo. A fin de cuentas, había asumido que la muerte de su pueblo era necesaria para lograr ese mundo perfecto que Sargeras le había prometido.
El principio del fin
Las masacres perpetradas por los ejércitos de la Legión, pronto provocaron la aparición de un movimiento de resistencia que fue ignorado por Azshara, al considerarlo insignificante. Sargeras, por otro lado, envió a Archimonde a Azeroth para sofocar a los insurgentes y juntos lideraron a los ejércitos demoníacos ajenos a lo que tres elfos de la noche pretendían: Malfurion, Illidan y Tyrande. A estos tres kaldorei se le unieron otros tres héroes que venían de un tiempo futuro, cruzando las líneas temporales hasta llegar a ese momento crucial de la historia: Krasus, Rhonin y Broxigar.
Mientras tanto, en Azsuna, el príncipe Farondis ideaba un plan para destruir el Pozo de la Eternidad utilizando para ello el Pilar de la Creación conocido como Piedramar de Golganneth. Al enterarse Vandros, uno de los miembros de su corte, no dudó en informar a la propia reina, por lo que Azshara destruyó la Piedramar y desató una oleada de magia oscura que convirtió a sus habitantes en espíritus y los condenó a vagar por toda la eternidad. El poder de Azshara provocó también que toda la región de Azsuna se quebrase por completo.
La implosión del Pozo de la Eternidad
El plan de Azshara estaba a punto de completarse, con el portal por el que debía pasar Sargeras cerca de abrirse por completo. Pero en ese momento, y gracias al apoyo de sus aliados, la resistencia accedió hasta el mismo palacio de la reina con el fin de destruir el portal. Azshara, irritada, exigió explicaciones a Mannoroth quien a punto estuvo de arrancarle la cabeza, pero algo le detuvo. Justo en ese momento el señor del foso se dio cuenta del inmenso poder que tenía Azshara, que rivalizaba incluso con el del propio Sargeras. Ante el estupor de Mannoroth, la reina le perdonó la vida a cambio de cumplir su plan de traer al titán caído y completar así la misión que le había sido encomendada.
La resistencia logró emboscar a Azshara dentro de su mismo palacio, aunque consiguió defenderse gracias a los Guardianes de la Eternidad, a los que utilizó como escudos humanos para poder escapar.
Mientras tanto, Malfurion y otros miembros de la resistencia descubrieron a varios altonato conjurando un hechizo que reforzaría el portal del Pozo de la Eternidad. En un intento desesperado por poner fin a dicho hechizo, Malfurion utilizo los poderes del Alma de Dragón para enfocarlos sobre sus enemigos, lo que provocó una tormenta eléctrica que azotó toda la ciudad de Zin-Azshari y diezmó a los altonato y a los demonios de la capital. Esto provocó que el hechizo de control, que estaban lanzando sobre el portal, desapareciese y, justo cuando Sargeras se disponía a cruzarlo, un vórtice de energía arcana se originó en el propio Pozo de la Eternidad. Las energías que emanaban del lugar provocaron violentos terremotos por toda la superficie del planeta y, finalmente, el Pozo se colapsó sobre sí mismo, provocando una explosión de proporciones cataclísmicas.
Como resultado de la violenta implosión del Pozo de la Eternidad, casi el ochenta por ciento del terreno de Kalimdor se había hundido bajo las aguas, dejando tras de sí unos pocos continentes dispersos y algunos archipiélagos sobre la superficie de Azeroth.
El origen de los nagas
La catástrofe del Pozo de la Eternidad fue observada por Azshara desde su palacio, a medida que este se iba destruyendo. No podía creer que todo lo que había construido se estuviese desmoronando y que el mundo que había soñado estuviese desapareciendo ante sus ojos. Fueron muchos los altonato que permanecieron al lado de su reina, impasibles ante lo que estaban presenciando, pero confiados en que Azshara los salvaría. Mientras las aguas oceánicas comenzaban a invadir el vacío dejado por la destrucción del Pozo, alzó Sharas’dal y creó un escudo mágico como barrera de protección para ella y sus altonato. A pesar del poder del hechizo, el escudo acabó cediendo y las aguas engulleron por completo a Azshara y sus fieles seguidores.
Ante la inminente muerte por ahogamiento, la reina invocó los poderes del Cetro de las Mareas para que les permitiera respirar bajo el agua, pero no encontró respuesta. En el momento de más desesperación, una figura inquietante se presentó ante Azshara proponiéndole un trato. Era el dios antiguo N’zoth. Le mostró un gigantesco imperio y un poder sin igual, que sería suyo a cambio de que lo liberase de su prisión y lo sirviera fielmente. Ella se negó en un principio y puso sus propias condiciones para aceptar el trato. No quería ser una sirvienta más del dios antiguo y pretendía disponer de su propio reino y a su pueblo con ella. A fin de cuentas, ambos se necesitaban por igual. Tras unos momentos de incertidumbre y duda, su cuerpo comenzó a sufrir todo tipo de mutaciones que acabaron convirtiéndola en la primera de una raza que pasaría a conocerse como “nagas”. Sus fieles seguidores, los altonato, también fueron convertidos, jurando lealtad a su reina hasta el final.
Los nagas habían nacido en las profundidades del mar y allí es donde comenzaron a forjar un imperio. Azshara soñaba con el alzamiento y auge de este nuevo reino, sabiendo que para cumplirlo debería ser paciente. Con el paso de los años, empezó a utilizar cada vez menos a Sharas’dal, cediéndolo a sus brujas de mar para que lo blandiesen con el fin de expandir el dominio de los nagas. Solo en los momentos en los que sus brujas no lo utilizaban, Azshara se permitía rememorar tiempos pasados llevándolo consigo, recordando la promesa de Xavius de que le traería prosperidad siempre lo tuviese cerca.
La larga espera
Fueron muchos los milenios de espera, en los que pacientemente Azshara aguardaba el momento en el que su pueblo se alzaría. Durante todo ese tiempo, fueron pocas las ocasiones en que la reina se dejaba ver fuera de su palacio.
En una ocasión se le puede ver en Costa Oscura, llegando a enfrentarse al propio Malfurion, durante los sucesos relacionados con el Cataclismo provocado por Alamuerte. El objetivo de Azshara es destruir a Neptulon, señor elemental que gobierna los mares, y así tener un control total sobre los océanos. La orden provenía del propio N’zoth como represalia por la negativa del señor elemental de servir al dios antiguo.
Durante la tercera invasión de la Legión Ardiente, Azshara envía un destacamento de nagas a Azsuna para recuperar la Piedramar de Golganneth. La propia reina se aparece ante el espíritu del príncipe Farondis intentado convencerlo para que le sirva, pero el príncipe se niega.
Tras la frustrada invasión de la Legión Ardiente, Azshara decide influir en los sabiomar de Kul Tiras, llegando a corromper a Lord Canto Tormenta. De ese modo pretendía hacerse con el control de la gran flota del reino humano. En Zandalar, Azshara llegó a un trato con Zul para liberar a G’huun y envió a una avanzada de nagas a Vol’dun a buscar el Anillo de las Mareas.
Tras los sucesos de la batalla de Dazar’alor, los naga comenzaron a atacar a la Alianza y a la Horda, tanto en Kul Tiras como en Zandalar, haciendo prisioneros de ambas facciones. Con esto esperaba atraer a los poderosos héroes a su palacio de Nazjatar.
Durante una persecución de varios barcos de la Alianza, que a punto están de alcanzar al Lamento de Alma en Pena, la nave insignia de la Horda de Sylvanas, las aguas comenzaron a abrirse ante ellos. Sin tiempo para reaccionar, las naves de ambas facciones son engullidas por la trampa de la propia Azshara. Además, un poderoso hechizo lanzado por ella evita que se utilice el teletransporte, lo que impide escapar de la emboscada de los nagas. Ante tal situación, Horda y Alianza no tienen más remedio que enfrentarse a Azshara en su propio palacio para intentar derrotarla. Todo va siguiendo el plan de la reina y en el momento del enfrentamiento final, que se produce en una instalación titánica, esta comienza a drenar el poder de la azerita contenida en los collares de los héroes y, con el último suspiro, se produce la activación de uno de los mecanismos de la sala. Ante el estupor de todos, y justo en el momento de lo que parece la muerte de Azshara, se produce la liberación de N’zoth, uno de los temidos dioses antiguos, quien recoge su cuerpo inconsciente y lo infunde de vida, para posteriormente escapar juntos.
Actualmente se desconoce el paradero de Azshara, pero la propia Sylvanas Brisaveloz ha confirmado un plan secreto con ella del que todavía no se conocen los detalles.